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Jon Odriozola Periodista

A mí que me registren

La diferencia, después de doscientos años, está en que hoy la burguesía contrarrevolucionaria necesita el voto de la «plebe» como el comer para «legitimarse». Eso es la democracia burguesa: votar cada cuatro años para cambiar de caco

Decididamente, el pueblo -convertido en «público»- es un vagaroso concepto destinado a refrendar los pronósticos de las encuestas. Y no digo que no acierten en las tendencias, que seguro que sí, pero tal pareciera que el papel del personal no sea otro que el de mero comparsa. Vote usted para confirmar mi previsión.

Ya lo decía Talcot Parsons, patriarca de la sociología yanki en los 60, «el hombre viene a ser un simple receptáculo de orientaciones normativas y de sentido». El individuo -para él- se reduce a «nada + orientaciones normativas». Sólo que ahora nos llaman «ciudadanos» pasándonos la mano por el lomo. Un sans-culotte de la Revolución francesa era cien veces más «ciudadano» que cualquier asalariado de nuestros días. Entonces, ciertamente, hecha la revolución por una burguesía revolucionaria y antifeudal, sólo votaban los propietarios -sufragio censitario-, y hoy lo puede hacer cualquier descamisado. La diferencia, después de doscientos años, está en que hoy la burguesía contrarrevolucionaria necesita el voto de la «plebe» como el comer para «legitimarse». Eso es la democracia burguesa: votar cada cuatro años para cambiar de caco.

El parlamento se convierte en la asamblea de los partidos. Un diputado, una vez elegido, se siente independiente frente a sus electores. No son instrumentos de la voluntad popular (como en la Comuna de París, y sólo porque ha llovido parece que hablemos de tiempos jurásicos, otro trampantojo); al contrario, se han convertido en piezas para formar la voluntad del pueblo o, como se dice ahora, de la «opinión pública». Se gobierna contra el pueblo y a favor de minorías oligárquicas. Le llaman democracia y no lo es, que dicen los «indignados».

Vivimos en la caverna de Platón. Nos tratan como a ganado. Creen que reaccionaremos como el perro de Paulov y sus reflejos condicionados. Como dice el loco Vidriera de mi pueblo, hay que mandarles a tomar por el orto... A ellos y sus juguetes.

Y ahora, ¿diré algo de la Declaración de Aiete? Apenas nada porque no soy nadie. Yo parto del carácter fascista del Estado español (sin saludos a la romana y correajes, que ya no son moda). Y por ello cuando se dice que la «democracia» ha vencido -porque el fascismo siempre piensa en «victoria», en «vencedores y vencidos», aunque la mona se vista de seda- a los «violentos», sobre los «terroristas», yo digo que vencerán pero no convencerán, y también digo que vence el fascismo -según mi teoría- pero no la democracia. Yo sólo he conocido (y eso que he sido torturado a modo en «democracia» años ha en la DGS y un sobrino de mi compañera brutalmente ayer mismo, como quien dice) el terrorismo de Estado. Y no otro.

Los cinco puntos de Aiete son prometedores. Pero temo que sólo les valga el primero: el cese de la lucha armada. Del resto se olvidarán, como hicieron de las tres cláusulas -que ya nadie se acuerda y yo tampoco, pero las hubo- que se pusieron como anzuelo para salir de la OTAN en el referéndum de 1986. Espero equivocarme.

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