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Aprisionados en Belén

La ciudad de Belén, cuna del cristianismo, afronta la vida diaria atenazada entre la falta de perspectivas económicas y el aislamiento que ha supuesto la construcción del muro por parte de las autoridades israelíes. Buena parte de su población debe afrontar, además, la particularidad de ser árabes cristianos en un entorno islámico.

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Juanma COSTOYA

La editorial Libros del Asteroide publica «Cristianos», obra del periodista galo Jean Rolin y en la que da cuenta de la estancia del autor en Belén, Taybeh y Ramala durante el invierno del 2002. Los escenarios en los que transcurre su libro siguen siendo perfectamente reconocibles a día de hoy. Pocas cosas han cambiado a mejor. En las empinadas calles de Belén siguen presentes las fotos en blanco y negro de los mártires caídos en acción o las de sus vecinos encarcelados. Claro que la diferencia entre un mártir y un terrorista depende únicamente del lado que valore sus acciones. Hasta ahí el contencioso parece claro para el visitante. La situación se torna más compleja cuando se pasa por delante de algunas tiendas y teterías que exhiben la foto a gran tamaño del italiano Vittorio Arrigoni, asesinado a sus 36 años, después de haber pasado los tres últimos trabajando como cooperante en la franja de Gaza. Su muerte fue reivindicada por un grupo salafista denominado brigadas Mohamed bin Moslama que actuaban al margen del gobierno de la franja, liderado por Hamas y a quien estos extremistas consideraban demasiado permisivo y prooccidental.

La virtud del libro de Rolin es la de ponernos sobre la pista de una importante minoría: la de los árabes cristianos, un grupo que ha heredado la tradicional rivalidad con sus vecinos islámicos y que se ven también sometidos a los perjuicios causados por la ocupación israelí. Cogidos entre dos fuegos, los cristianos de Belén son árabes para los judíos y cristianos para los musulmanes. En ocasiones extraños en su propia tierra, han de medir muy ajustadamente sus pasos, iniciativas y declaraciones, conscientes de que cualquier chispa puede desencadenar un incendio de consecuencias imprevisibles. Para añadir aún más matices, la comunidad cristiana, muchos de cuyos miembros han optado por emigrar a Estados Unidos, tampoco es homogénea y está dividida a su vez en ortodoxos, latinos de confesión católico romana y melquitas, católicos de rito griego.

Uno de los momentos más comprometidos para ambas comunidades se produjo en abril de 2002, cuando 123 palestinos, muchos de ellos armados, buscaron refugio en la Iglesia de la Natividad tratando de esquivar el acoso del ejército hebreo que había ocupado Belén. Los soldados se detuvieron a las puertas de uno de los lugares más sagrados para el cristianismo, aunque no dudaron en ametrallar las ventanas del templo como demuestran las mordeduras que las venerables piedras exhiben desde esa fecha. Los franciscanos del templo acogieron a los palestinos pero, después de leer el libro de Rolin, el lector bien puede preguntarse: ¿Acaso tenían otra opción? ¿Qué hubiera sido de las comunidades cristianas de oriente, una gota de agua en el océano musulmán, de no haberlo hecho?

Por lo demás, resulta inquietante comprobar que la Belén actual sigue siendo un calco de la descrita por Rolin. Al margen de la reconstrucción de los edificios oficiales del centro, nada parece haber cambiado desde entonces. Apenas ningún turista individual que se acerque hasta la histórica ciudad desde Jerusalén Este. Los grupos de visitantes llegan en excursiones programadas por operadores turísticos hebreos descendiendo de sus propios autobuses y recorriendo los sagrados lugares a la carrera sin dejar un euro a la asfixiada economía local. Los restaurantes tienen más camareros que clientes y en el hotel Star, en el que se alojara el autor durante su estancia en Belén, siguen sirviendo el desayuno en el comedor del quinto piso dotado de unas vistas panorámicas inmejorables sobre la ciudad y su histórico entorno. Solo funciona un ascensor, las luces de acceso están apagadas para ahorrar energía y el inmenso y luminoso comedor se muestra vacío con una sola mesa preparada esperando al único cliente. Un paseo de media hora desde el hotel pone al visitante a los pies del muro de separación que levanta el Gobierno de Israel contraviniendo la legalidad internacional. En el camino se deja a un lado el campo de refugiados de Ayda. Los taxis amarillos disminuyen la velocidad y pitan buscando clientes. Se hacen ofertas de transporte en las que se incluyen visitas bíblico arqueológicas, la iglesia de la Natividad y los grafitos del muro, en un mismo precio. El paro es crónico, la movilidad reducida y se hace necesario subir a las colinas de Belén para poder ver el horizonte detrás del hormigón.

El muro y sus consecuencias

En la céntrica Plaza Manger, a pocos metros de la Iglesia de la Natividad, en Belén, un conjunto de marquetería ha hecho fortuna entre los artesanos árabes que se dedican a la venta de recuerdos. Las figuras representan a los tres reyes magos aupados en sus camellos y detenidos, en su camino hacia el pesebre, ante el muro israelí que separa Cisjordania de Israel. La alegoría refleja a la perfección el día a día de esta comunidad separada de sus destinos naturales por un muro de hormigón conocido de un lado como «Muro de la Paz» y del otro como «Muro de la Vergüenza».

«Peligro mortal. Zona militar. Toda persona que pase o cause daño al muro pone en peligro su vida». Esta advertencia rotulada cada pocos metros en hebreo, árabe e inglés despeja cualquier duda sobre el carácter que anima a esta construcción. El muro, de ocho metros de alto (el de Berlín tenía cuatro) está salpicado por torretas de vigilancia y flanqueado por alambradas y por una carretera de uso militar. Del lado hebreo se argumenta que el muro sirve para garantizar la seguridad de los colonos evitando la infiltración de comandos árabes y terroristas suicidas. Se afirma que desde el año 2002 en que se comenzó a construir, impulsado por el gobierno del primer ministro israelí Ariel Sharon, el número de incidentes y atentados ha caído en picado.

Para la población de Cisjordania el argumento de la seguridad encubre una excusa. Se trataría de crear por la fuerza unas fronteras definitivas que favorezcan a las cercanas colonias israelíes. Lo que no parece que necesite ninguna interpretación es el impacto que la construcción del muro tiene sobre la sociedad civil de Cisjordania, una región ligeramente más extensa que La Rioja y poblada por unos dos millones y medio de habitantes. Los árabes denuncian que durante su construcción fueron talados gran cantidad de olivos y muchos de los acuíferos y de las fuentes de las que se nutrían los agricultores de la zona desde tiempo inmemorial han quedado dentro del recinto defensivo. Este hecho se explicaría por la creciente necesidad de agua potable y de riego para las colonias judías de reciente implantación.

Para la población palestina el muro representa un obstáculo, en ocasiones, insalvable, a la hora de acudir a colegios, universidades, negocios y hospitales. La necesidad de estar siempre identificado y de contar con los permisos pertinentes para franquear los numerosos controles ha convertido a los numerosos pueblos de la zona en guetos en los que los residentes languidecen al constatar que su propio destino les es ajeno. Por supuesto, esta situación es aprovechada por los extremistas de uno y otro lado para justificar los actos de violencia indiscriminada que periódicamente se producen. A los campos de cultivo situados entre la frontera de Israel y el muro sus propietarios sólo pueden acudir si cuentan con el permiso pertinente concedido por las autoridades israelíes. Las autorizaciones se renuevan cada seis meses. El Tribunal Internacional de Justicia de La Haya dictaminó en julio del 2004 la ilegalidad de esta construcción.

Historia indigesta

Se atribuye a Montesquieu la frase «Feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento». Palestina se encuentra en las antípodas de este pensamiento. Casi cada piedra, cada colina, cada pozo cuenta con una leyenda, a mitad de camino entre lo verosímil y lo mítico. Un atracón de historia promete una digestión complicada. Los escasos diez kilómetros que separan Jerusalén Este de Belén son buena prueba de ello. La carretera transcurre, en buena parte, protegida por los parapetos de hormigón que tratan de proteger al tráfico de los francotiradores. El ejército israelí mantiene uno de sus controles fijos en la carretera que conduce a Hebrón, muy cerca del cual se levanta la indicación arqueológica que señala la tumba de Raquel, la esposa de Jacob según la Biblia y reconocida por las tres religiones del libro, el judaísmo, el cristianismo y el Islam.

Una sombra extraña pesa sobre el ánimo del visitante cuando las jovencísimas reclutas del ejército hebreo comprueban el pasaporte por encima de sus gafas de sol mientras una correa sostiene, oscilante sobre sus caderas, un fusil de asalto. Menos suerte tiene la población local obligada a descender de los autobuses y a identificarse frente a la anónima garita blindada. Una visita de cortesía, un negocio, la visita a un médico o cualquiera otra actividad pública o privada puede verse abortada de inmediato a la menor sombra de sospecha. La población civil cisjordana lo sabe y la mezcla de fatalidad y escepticismo con que encara el trámite no hace presagiar nada bueno. Las relaciones asimétricas no pueden prolongarse hasta el infinito sin resquebrajarse.

Un Dazibao de hormigón

Los tradicionales periódicos chinos manuscritos en grandes caracteres, redactados por ciudadanos anónimos y destinados a criticar el orden establecido tuvieron su última época dorada durante la Revolución Cultural. A día de hoy y a miles de kilómetros de extremo oriente, el muro que trata de aislar a Cisjordania de Israel semeja un enorme dazibao que se extiende por los más de setecientos kilómetros proyectados y en cuya superficie se denuncia no sólo su propia construcción, sino también las desigualdades sociales y políticas que se ceban con Cisjordania. Los mensajes oscilan entre la denuncia a secas hasta los grafitis elaborados por artistas locales e incluso israelíes e internacionales. No falta tampoco el enfoque utilitarista que lleva a rotular el menú del día de un restaurante determinado o el de aquellos que tratan de señalizar su pequeño negocio o llevar a cabo una publicidad determinada.  J.C.

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