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Kukutza, la fábrica ilustrada

Aprovechando que mañana se celebra el Día Mundial del Urbanismo, el arquitecto bilbaino Iñaki Uriarte realiza una reflexión sobre el gaztetxe de Errekalde, Kukutza III, que fue desalojado y demolido el pasado mes de setiembre dejando al barrio sin su centro cultural.

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Iñaki URIARTE

Una bella arquitectura abandonada en un ignorado fragmento periférico urbano con su interior válido y vacío, es aprehendido, colectivamente mantenido y autogestionado por un entusiasta movimiento juvenil polifacético, transformándolo en una sede de necesidades desatendidas, de inquietudes insatisfechas, de improvisaciones imaginativas.

La reutilización social de un recinto fabril desechado es, por sí mismo, un acto pragmático de oportunidad y progreso cívico como una acción asociativa y modélica, dinámica y desinteresada, eficaz e insustituible y consecuentemente de interés comunitario y cultural. La supremacía de lo público. Esto era Kukutza III.

La perseverancia temporal de la intervención, su crédito colectivo y arraigo vecinal, le otorgan un indudable sentido representativo, incluso simbólico, convirtiéndose en el síntoma asociativo de Errekalde. Un barrio rotundamente olvidado por un Ayuntamiento reiteradamente cruel con su patrimonio monumental que prioriza el centro y las orillas de la ría como oportunidad especulativa y escaparate de espectaculares arquitecturas para consumo turístico.

El edificio brillantemente proyectado hacia 1950 con un estilo pos-racionalista en hormigón armado por el notable arquitecto Anastasio Arguinzoniz (1891-1976) para fábrica de maquinaria, explicaba una historia laboral, económica y social de un sitio escasamente relevante, hasta entonces algo anónimo, convirtiéndolo en un lugar, que no es lo mismo, al que se vincula integralmente y con el que compartirá un futuro indisociable creando ciudad y ciudadanía.

Por su solidez estructural y diafanidad espacial, poseía una total capacidad y adecuación en su posterior y reciente actividad asociativa, adquiriendo una significativa importancia lúdico-cultural ciudadana, incluso simbólica para otras iniciativas similares. Y además, figurativamente, por su emplazamiento presidiendo un amplio espacio con vocación de plaza, mostrando su expresivo volumen enfatizado por una magistral esquina redondeada con gran y atractiva potencia iconográfica. Era admirable su elegancia arquitectónica basada en la sencillez y rigor constructivo, basta recordar la escalera, y especialmente el tratamiento compositivo de su fachada. El predominio del hueco sobre el lleno en amplias franjas horizontales casi continuas de ventanales con celosía de hormigón y cristales traslúcidos, alternando con el revestimiento en plaqueta de ladrillo cerámico rojo, evidenciando su identidad industrial. Esta, quizá, irrepetible simbiosis lograda entre la forma y la función meritan la apreciación de Kukutza como una fábrica ilustrada.

Una de las nefastas consecuencias del (d)efecto Bilbo, secuelas de la operación urbanística Guggenheim, es la destrucción democrática de la ciudad y el territorio ya ejercida con especial fiereza por las diversas administraciones surgidas tras la dictadura franquista. Tiene su peculiar tempus demoledor; habitualmente se manifiesta con la agosticidad, periodo de ausencias sociales propicio para decretar o ejecutar la barbarie que habitualmente culmina, en contextos industriales, con el síndrome de la chimenea. Aislada, descontextualizada como ridícula y recurrido recurso de remordimiento destructivo, hipócrita referencia residual a la memoria con la demolición de una fábrica. La mentira necesaria.

Urbicido

Catástrofe contemporánea deliberadamente sobrevenida en urbes sin urbanidad histórica, arquitectónica, artística y paisajista que instaura la tristeza urbana rasgando las diferentes emocionales secuencias y referencias urbanas que significan a un lugar para transformarlo en la atonía de una sucesión de repetitivos bloques inmobiliarios vinculados por el aburrimiento contemplativo.

Ni siquiera ha interesado la conservación del edificio, incluso admitiendo su reversión a la propiedad y posible rehabilitación como un acto de progresismo medio-ambiental. La voluntad exterminadora de todos sus variados significados era evidente. Solamente desde la absoluta ignorancia y la soberbia política de estos gobernantes caciques se puede derribar una arquitectura tan singular. Este derribo demuestra, una vez más, el síntoma de debilidad y precariedad cultural del ayuntamiento de Bilbo.

Derecho al lugar. Kukutza es hoy, como expresión urbana, un vacío, físico, pero pleno de espíritu innovador y como tal reivindicable, imprescindible y capacitado para resurgir con toda su fuerza creativa. Es precisa una rebeldía colectiva. La grandeza del espíritu de Kukutza no solamente no puede extinguirse, sino que debe resurgir con más fuerza, trasladado e interpretado en otros muchos lugares empezando por aquí, en Errekalde.

Un insustituible bien comunitario

La imaginativa y variada actividad creativa desarrollada en trece años de permanencia por su dedicación y beneficio colectivo tiene un inmenso valor, incalculable que no es mensurable, por dignidad social, con su precio comercial como solar inducido políticamente. Es algo de rango muy superior, intangible, un insustituible bien comunitario. Esta nueva pérdida de riqueza social genera una enorme frustración pública ante la continua eliminación de referencias que poseen una razón de ser: la desesperación por la desaparición. Como acertadamente dijo el dramaturgo Alfonso Sastre en su artículo (Gara 2011.10.05), de indignación también se llora, «canallas habéis matado un sueño».

La actividad de Kukutza, constituye un patrimonio inmaterial, aunque actualmente sin una sede para intervenciones, que posee todos los atributos de un Espacio Cultural y, como tal, es merecedor de reconocimiento legal y protección para formar parte del Patrimonio Cultural de Euskal Herria.

Ahora, cuando malévolamente se ha destruido la hermosura de un proyecto integral con reconocidos valores de todo tipo, se debe responder con igual ensoñación, audacia y tesón que lo generó: la reconstrucción material, mimética del edificio en su mismo emplazamiento con idénticas dimensiones, forma y textura como una colectiva respuesta culta a un espacio y espíritu agredidos. La reconstrucción histórica y simbólica de los lugares destruidos por la violencia de la guerra, la represión y aquí aliada con la especulación, debe ser un objetivo prioritario como una progresista rebeldía ciudadana en una sociedad civilizada, sensible con su historia, dignidad y patrimonio.

 

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