José Luis Gómez Llanos Sociólogo
La Conferencia de Aiete
El autor, que participó como observador en la Conferencia de Aiete invitado por Lokarri, plantea una serie de hipótesis que, a su juicio, pueden ser valiosas para construir un modelo de convivencia partiendo de la actual situación. A este respecto, Gómez Llanos aboga por «dar sentido práctico y consensuado a la democracia, construyendo una nación vasca en un mundo globalizado respetando la igualdad».
Tras la celebración de la Conferencia de San Sebastián, numerosos artículos han abordado cuestiones relativas a cómo salimos, en tanto que sociedad vasca, éticamente curados e incluso fortalecidos de todos estos años de barbarie y confusión social. Yo trataré el tema desde la óptica de la historia política y la ambivalencia de los conceptos con las que se acompaña, avanzando unas ideas simplificadas que ayuden a dar sentido a esta pugna que libramos los vascos desde hace ya demasiado tiempo, proponiendo unas hipótesis que me parece que podrían ayudarnos a construir una convivencia a partir de lo que tenemos, incluyendo los contenidos de la Conferencia de Aiete.
-No estaban todos los que son.
Todas las críticas a la Conferencia, considero que tienen parte de verdad, exceptuando las que insinuaban que algunas de las personalidades que la apadrinaron lo hicieron mediante retribución. Todas las demás, han sido legítimas con dosis de veracidad diferentes pero aptas a ser materiales para el debate democrático.
Las tesis de la izquierda abertzale han triunfado, los cómplices de los terroristas han proyectado la necesidad de una negociación, ha sido una ofensa para las víctimas, etc. Admito que casi todos esos argumentos no están infundados. Sinceramente lo siento así pero con la misma intensidad de convicción, después de admitir los matices a aportar a lo que significa todo lo anterior, también digo que precisamente por todo ello la Conferencia era necesaria, indispensable.
Sin la avalancha de críticas, sin las sonoras ausencias, si todo el mundo la hubiera aplaudido, cabría preguntarse para qué haber organizado tal evento. La fuerza de todo lo que la conferencia no pudo o no quiso contener, es lo que más sentido le da y con el tiempo algunas de las especulaciones interesadas caerán por su propio peso. Ahora solo queda evaluar si fue útil.
-No son todos los que estaban.
En el núcleo duro de lo que nos divide a los vascos, veo dos grandes interrogaciones sobre las que nos correspondería meditar: ¿Qué es la democracia? ¿Qué es la nación? Quizás no todos estemos entendiendo estas dos palabras de la misma manera. En todo caso, las explicaciones sobre su significado real han estado en caída libre durante demasiado tiempo.
Dos preguntas aparentemente sencillas, pero dos ámbitos del conocimiento esencial donde yo situaría todo lo que nos divide, nos enfrenta y hasta por lo que se mataba, para encontrar soluciones innovadoras. Sabemos que nada puede ser innovador si no empieza estableciendo con solidez la problemática que queremos abordar.
Si nos adentramos en este ejercicio nos daríamos cuenta que pueden emerger líneas de contacto, acuerdos e intereses a compartir más reales y con más boletos para encontrar respuestas satisfactorias a un número de vascos superior a los obtenidos hasta ahora.
-¿Qué es la democracia?
Hay que superar esa visión automática de la democracia y mirarla como el modelo que se construye sobre la experiencia social. La democracia no es el régimen de la toma de decisiones exclusivamente, es el régimen más genuino de la construcción de una experiencia colectiva ya que nunca está construida del todo sino que es un proceso abierto. No es únicamente un marco donde se determinan las decisiones, se celebran elecciones y se eligen gobiernos representativos, es mucho más que eso. Este enfoque nos ayudaría a superar numerosos bloqueos actuales. Los exegetas de la democracia que se limitan a utilizarla como modelo político y social de la decisión, tienen el sistema bloqueado y nos conducen a la confrontación. La democracia como experiencia de la producción del cambio, especialmente en el nuevo ciclo que abre el fin de ETA, se debe de convertir en el núcleo de la discusión democrática recuperada en Euskadi.
-¿Qué es la nación?
La nación aparece antes que la democracia, de ahí la dificultad para asentarla internamente y a la vez que conviva con el resto de las naciones. Su reconstrucción desde abajo debe asentarse sobre una identidad democrática y no de rechazo de los diferentes. Pero también de alguna manera las democracias están vaciándose de substancia, están desnacionalizándose por lo que no estaría mal reflexionar cómo renacionalizarlas.
Al fin y al cabo una nación tiene que constituirse como un espacio limitado pero con el mayor grado de universalidad posible. Si actuamos de ese modo será posible recuperar los territorios perdidos de la concordia entre vascos. Las naciones democráticas no pueden hacer la economía de las cuestiones de identidad. Como tampoco pueden ser una comunidad de idénticos ni de individuos diferentes que quieren seguir juntos y mucho menos aún una comunidad de parecidos. Sin olvidarnos que uno de los cimientos que constituye la voluntad de estar juntos en numerosas ocasiones lo proporcionaron las pruebas que tuvieron que soportar sus poblaciones (guerras, invasiones, epidemias, terror etc.). ¿Sería mucho soñar que las pruebas que hemos padecido durante la era de ETA, nos uniera como nación vasca en un proyecto común en lugar de hablar de vencidos y vencedores? Ahí podríamos encontrarnos también una inmensa mayoría de los vascos a medio y largo plazo.
-¿Y ahora qué?
Que fácil sería todo si el fin de ETA fuera el fin de las hazañas de unos sanguinarios individuos. Ojalá estuvieran en lo cierto los que lo afirman con tanta determinación, pero el problema es que no es un buen diagnóstico. Esa versión no funciona. La versión panegírica de ETA tampoco. A los políticos la historia les hace zancadillas en cada esquina y tardan demasiado en recapacitar lo que les ocurre ante soluciones que no funcionan. Llevemos el debate de nuestro problema vasco a los dos territorios señalados e intentemos dar sentido práctico y consensuado a la democracia, construyendo una nación vasca en un mundo globalizado respetando la igualdad y veremos que muchas cosas funcionarán mejor.
Ahora corresponde a nuestros políticos reñir menos y a los ciudadanos pedirles que profundicen en la historia para salir del terreno de la lamentación y entrar en el de la explicación y la creatividad.
La Transición española como modelo de construcción democrática parece estar dudando sobre su virtualidad futura y da la sensación que hace aguas, porque la sociedad entiende que, sobre cuestiones esenciales, hoy estamos en mejores condiciones para abordarlas que entonces. La sociedad española debe de revisitar la significación de la explosión de memorias, debe abordar con exigencias de verdad y justicia, la reparación de un periodo de su pasado que vaya más lejos de lo que se ha hecho hasta el momento en un esfuerzo retrospectivo de innovación democrática.
Nada en la historia de Euskadi de estos últimos 50 años se parece más a esas tres horas que duró la Conferencia de Aiete. Tres horas en una tarde soleada en contraluz con claros intermitentes que favorecían sombras y relieves. Como otras tantas esperanzas, frustraciones, dolor y alegrías contenidos ante los retos que nos esperan. Unos días después, el final de ETA se convirtió en un excelente aliciente para intentar transcender las limitaciones de las que partimos y que esa conferencia puso de manifiesto.