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ANÁLISIS | EL FUTURO DE LIBIA BAJO EL RÉGIMEN DEL CNT

La doble fragmentación social marca la Libia post Gadafi

Las proclamación del nuevo régimen libio evidencia la complicada situación del país norafricano en el ámbito social. La división entre leales al coronel y al CNT ha dado paso a divisiones sociales, vendettas tribales incluidas, mientras los nuevos dirigentes no logran la unidad.

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Alberto PRADILLA

La ejecución de Muamar Gadafi en Sirte ha sumido a Libia en la más absoluta invisibilidad mediática. Del titular diario, ha pasado al breve de relleno. Da la sensación de que nada haya ocurrido desde el coronel fuese capturado y linchado en esa tubería donde seis días después de su muerte, los cadáveres de algunos de sus acompañantes seguían pudriéndose junto a los vehículos calcinados por la OTAN. «La postguerra puede ser muy dura», comentaba en Facebook un periodista recién llegado tras dos meses en el frente libio. «Lo único que les une ahora es el Islam», llamaba la atención otro informador. Unas apreciaciones sepultadas tras el silencio que ha acompañado a los últimos acontecimientos ocurridos en el país norafricano. Lo cierto es que, mientras que los líderes del nuevo régimen tratan de vender una imagen de unidad en torno a su nuevo primer ministro, Abdelrahim Elkib, la fragmentación es lo que caracteriza las primeras semanas post Gadafi. Una doble división que separa a vencidos y vencedores pero que también se refleja entre estos últimos, centrados ahora en la pugna política sobre quién dirigirá la transición libia.

«No sabemos cuánto tiempo costará la reconstrucción. Pero será mucho. Ya nos hemos empezado a organizar en comités, aunque todavía somos muy pocos». El mismo día en el que Gadafi era enterrado en algún lugar del desierto, Salem Abu Salem, miembro del CNT de Sirte, reconocía que volver a poner en pie una ciudad completamente arrasada no será algo que llegue de la noche a la mañana.

Tanto la localidad natal del coronel como Bani Walid, el otro feudo de la Yamahiriya, han quedado reducidas a escombros. Aunque el principal reto no es material. De levantar las ruinas ya se encargarán las empresas extranjeras (nadie oculta que el Estado francés y Qatar tendrán preferencia a la hora de establecer lazos comerciales) cuyos contratistas desembarcaron en Trípoli prácticamente en el mismo momento que los rebeldes se hacían con el control.

Lo que de verdad debería de preocupar a las nuevas autoridades libias es la humillación a la que muchos milicianos han sometido a miles de personas para los que la «liberación» que celebra el CNT solo ha supuesto convertirse en parias. Miembros de la tribu Gadafa, a la que pertenecía Gadafi, son los principales daminificados en Sirte. En Beni Walid, por su parte, los Warfallas se han convertido en las grandes víctimas. Este caso es particular, ya que ésta es la tribu más amplia de Libia, con casi un millón de personas, por lo que no ha existido unanimidad a la hora de posicionarse. Se han visto Warfallas combatiendo en las filas del CNT al mismo tiempo que guerrilleros procedentes de Misrata, Zawiyah o Zintan embadurnaban los muros de la localidad con lemas en los que llamaban perros a los miembros de esta tribu.

En Sirte residían cerca de 100.000 personas, mientras que en Beni Walid se habían establecido más de 80.000. Y este es el núcleo de donde podría surgir una futura insurgencia que combata al nuevo régimen. Todavía resulta apresurado aventurar si Libia terminará sufriendo una sangrienta transición como ocurrió con Irak. En el país árabe, la principal escalada de violencia se produjo dos años después de la invasión de los marines. Por eso, convertir en malditos a los perdedores de la guerra solo favorecerá que el resentimiento, que ya es mucho, se incremente.

Aunque los dos últimos bastiones de Gadafi no son los únicos enclaves que están padeciendo las vendettas. Otros municipios, como Tawargah, son ahora ciudades fantasma. En este caso concreto, sus habitantes son señalados por sus vecinos de Misrata, que les acusan de acoger a las tropas leales a Gadafi durante el asedio que sufrió la localidad costera en los tres primeros meses de guerra. Según señala el periodista Karlos Zurutuza, que ha permanecido en Libia hasta esta misma semana, este municipio «sigue siendo un supermercado» para muchos habitantes de Misrata, que se desplazan hasta la localidad, roban lo que queda y queman los domicilios para que nadie pueda volver a ellos. La pregunta es obvia. ¿Dónde está toda esa gente? Muchos, en campos de desplazados alrededor de Trípoli. Otros, huidos a Túnez. Todos ellos, caldo de cultivo para una nueva revuelta contra un régimen que tampoco logra mantener la unidad.

Hasta el momento, acabar con Gadafi era el objetivo común dentro del CNT Ahora llegan las luchas intestinas. La elección de un tecnócrata como Abdelrahim Elkib en sustitución de Mahmud Jibrill no ha sido fácil. Únicamente 26 de los 51 miembros del consejo le han dado el visto bueno. Las divisiones entre los tres grandes bloques (islamistas, liberales y combatientes), así como las rupturas territoriales (este y oeste, así como árabes y amazigh), también amenazan desde dentro la estabilidad de un país en el que las armas siguen proliferando sin control.

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