El Gobierno de Lakua anunciaba ayer que mañana celebrará el Día de la Memoria recordando a «todas las víctimas»; una noticia en principio positiva, ya que es un gesto que sirve al menos para ampliar el significado de la palabra «víctima» más allá de las víctimas de ETA. Parece que no será una celebración en sí misma, ya que la falta de consenso entre partidos y el enfado que ha suscitado la decisión en asociaciones como la AVT, no han propiciado un ambiente de concordia para poner la primera piedra en la construcción de una memoria colectiva. Parece ser que el que será el segundo Día de la Memoria se conmemorará con la lectura de una declaración por parte del lehendakari Patxi López y que la cosa no irá más allá.

El nuevo tiempo abierto en Euskal Herria ha servido para parar el reloj en ese sentido y hacer un pequeño parón para observar todo lo que ha pasado hasta ahora. Un punto de inflexión dentro del propio conflicto político que, aunque sin actividad armada, aún sigue sin ser resuelto.

Se dice que un pueblo sin memoria es un pueblo sin identidad, sin futuro; un pueblo muerto al fin y al cabo. Lejos de estar cavando su propia tumba, Euskal Herria se erige ahora con más ganas de vivir que nunca, ya que comienza a vislumbrar la posibilidad de tener una memoria reconocida, colectiva y justa para todas las personas que han sufrido a consecuencia del conflicto político en este país.

Al fin y al cabo, se van abriendo pequeñas rendijas de un portón que ha permanecido cerrado a cal y canto durante más de setenta años, desde la Guerra del 36 hasta hoy, y donde la memoria que comparte gran parte de la ciudadanía ha permanecido siempre aislada de cualquier reconocimiento oficial.

Una mirilla más por donde mirar a un pasado oculto y oscuro para muchos, y enorgullecedor y digno de admiración para otros. Es lo que tiene tener capacidad de recordar; que en la Historia de la humanidad jamás ha habido solamente una historia. Y parece que nunca la habrá.