Silvio Berlusconi dimitirá de su cargo como primer ministro de Italia una vez saque adelante las medidas de austeridad con las que pretende, no tanto hacer frente a la crisis, como apaciguar a los mercados y a la UE. Horas antes de que el presidente de la República, Giorgio Napolitano, anunciara la decisión del político milanés, que habrá que ver cuándo y cómo se concreta, aunque el mismo Berlusconi dijo después que apuesta por unas elecciones anticipadas, éste se vio incapaz de mantener un respaldo suficiente para seguir gobernando. Perdió la mayoría absoluta y con ella cualquier expectativa de futuro.

En las últimas semanas, a Berlusconi no solo le ha abandonado su principal aliado, Umberto Bossi, y un puñado de parlamentarios de su propio grupo, sino que también ha perdido la confianza de su aliada natural, la patronal italiana, y hasta los mercados dieron muestra el lunes, cuando corrió el rumor de su dimisión, de preferir el escenario incierto que siempre supone un gobierno interino o unas elecciones anticipadas, a la desalentadora certeza de un gobierno liderado por él. La situación del primer ministro italiano se asemeja a la última etapa de George Bush en la Casa Blanca, cuando incluso quienes le habían aupado al poder ansiaban su marcha a causa del daño que estaba causando a la imagen y, sobre todo, a la economía estadounidense. Ambos se han visto amortizados antes de concluir la legislatura, aunque el tejano pudo cumplir los plazos antes de dar paso a Barack Obama.

El sentenciado primer ministro italiano dijo que se sentía traicionado, pero lo cierto es que ha sido él mismo quien ha escrito el epílogo de su carrera. Una trayectoria asentada en su enorme poder económico, caracterizada por un populismo de trazo grueso y lastrada por innumerables escándalos a los que ha sobrevivido gracias a los deméritos de la izquierda. Pero ahora, en plena crisis, se ha mostrado incapaz de hacer frente al embate. Y ya ni la derecha le soporta.