Dabid LAZKANOITURBURU | Periodista
El mercado devora a sus propios hijos
Son tiempos duros para los Cavalieri. Tras marcar durante 17 largos años la política italiana, el emperador mercado, que ahora tiene su palacio en Frankfurt -ay, estos bárbaros- ha decidido girar hacia abajo el dedo gordo. El circo Berlusconi se acabó.
Nadie, en Italia, pudo acabar con él. Ni los más sonados escándalos. Ni el ejercicio de travestismo político con el que la oposición soñó, efímeramente, con tumbarlo. Ni siquiera el serio revés que sufrió hace un año con la escisión, de la mano de Gianfranco Finni, en el seno de su movimiento.
Son tiempos de navajeros en los que nadie que hoy esté en la cúspide puede sentirse seguro. Quien hasta ayer era aliado mañana puede ser el peor enemigo. Que se lo pregunten, si no, a Gadafi. El mismo que, el pasado verano y sabiéndose acorralado, mandó una carta a su íntimo Berlusconi pidiéndole un último salvavidas en nombre de su gran amistad. El coronel tiene que estar ahora riéndose en su tumba secreta en el desierto libio.
Es el sálvese quien pueda. Anteayer fueron Ahern y Zapatero. Ayer le tocó a Papandreu. Hoy doblan las campanas por el viejo caimán italiano. ¿Mañana? El reloj avanza inexorable y Sarkozy, quien quiere creerse insustituible en su papel de bufón de la corte de la germana Merkel, mira de reojo la hora.
El Dios mercado, como Saturno, no ha dudado nunca en devorar a sus propios hijos, hasta a los más preciados, con tal de ganar tiempo. Y, además de un hambre feroz, en estos tiempos que corren tiene mucha prisa por evitar que la arena del inexorable reloj que marca el final de una era se le escurra entre los dedos.