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Ainara Lertxundi Periodista

La hipocresía, un arma mortífera

Un centenar de países está negociando desde esta semana un nuevo protocolo sobre el uso de armas de racimo, que, según la Coalición Internacional contra las Municiones de Racimo, en los últimos 45 años han matado o mutilado a 100.000 personas. La tercera parte son niños.

Pese a ser un arma letal y con un porcentaje de «error» superior al 1%, este protocolo no pretende ni de lejos endurecer el tratado pactado en 2008 entre 111 países y que hasta el año pasado no entró en vigor. Se da la circunstancia de que ni Estados Unidos, ni Rusia ni China, los tres mayores productores de estas armas, lo suscribieron. Ahora, sin embargo, Washington parece muy interesado en que este nuevo texto salga adelante frente a la opinión de activistas y organizaciones que luchan por su desaparición.

El borrador del documento esconde una trampa que, a todas luces, interesa a los países productores. Por una parte, prohíbe las armas de racimo fabricadas antes de 1980 pero, por otra, otorga a los estados un plazo de doce años para adecuarse a la nueva reglamentación. La trampa está en que la mayor parte de las bombas de racimo que se han empleado en conflictos recientes como el de Libia, Irak o Afganistán, o como las que Israel y Sri Lanka utilizaron contra Gaza y los tamiles respectivamente, fueron producidas después de 1980, por lo que su uso seguiría siendo legal.

Las declaraciones del ex secretario de Defensa estadounidense Robert Gates no dejan lugar a dudas de cuál es la postura de la Casa Blanca, independientemente de quién la ocupe. Para Gates, «su eliminación total es inaceptable» porque son armas «legítimas con una clara utilidad militar en combate».

De aprobarse, advierte la Cruz Roja Internacional, «los estados adoptarían, por primera vez, un tratado de derecho humanitario que ofrece menor protección para los civiles que la ofrecida por los tratados en vigor». Los intereses bélicos y el lucrativo negocio de las armas se imponen a tratados y discursos seudopacifistas cuando lo que interesa es desarmar al enemigo. La hipocresía sí que es un arma mortífera.

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