Floren Aoiz | www.elomendia.com
Un puente hacia el futuro: para que no embarren la cancha
España no suma, resta y ahuyanta. La imagen de España perjudica a las empresas, a los colectivos sociales, a las personas. La crisis no es momentánea ni superficial, no es extraño que la comparen con el «desastre» de 1898
Aveces uno llega a un lugar a dar una charla y vuelve con nuevas ideas, imágenes o metáforas, por aquello de que el público también conferencia, muchas veces mejor que el conferenciante oficial. Esta vez me ha pasado en Montevideo. Fue allí donde me explicaron que embarrar la cancha es una forma de impedir que siga el juego. No dejen que les embarren la cancha, decían, en referencia a lo que el PP pueda hacer tras su previsible llegada a La Moncloa.
Ganar tiempo, parar el juego, poner obstáculos, hay muchas maneras de decirlo. En el nuevo escenario hay quien pretende detener el tiempo, porque presiente que toda trasformación irá en contra de sus intereses. Es el miedo a un futuro que no percibe como ilusionante, sino como portador de retos que no se ve capaz de superar. El PP va a hacerse cargo del gobierno del estado en un momento especialmente delicado para el proyecto «España». Como marca económica, está a milímetros de la quiebra. Como marca política, cae enteros por momentos. Cada día es mayor el número de desadhesiones. España no suma, resta y ahuyenta. La imagen de España perjudica a las empresas, a los colectivos sociales, a las personas. La crisis no es momentánea ni superficial, no es extraño que la hayan comparado con el «desastre» de 1898.
La cosa pinta mal para el nacionalismo español, que se está quedando sin coartadas. Además, los sectores más intransigentes reclaman su protagonismo exigiendo respuestas que serían poco menos que suicidas. Necedades como la supresión de las autonomías para evitar supuestos gastos superfluos pondrían la viabilidad política del estado al borde del desahucio.
Rajoy habrá de enfrentarse (o no) a esta caverna y sus disparatadas propuestas, pero sea cual sea su actitud, tendrá que dejar pelos en la gatera. Si opta por la vía dura, contentará al bunker, pero renunciará al liderazgo, se convertirá en una marioneta y cada día tendrá menos capacidad de maniobra. Si asume una gestión audaz e inteligente del nuevo escenario se le lanzarán a la yugular. Este sería el precio de gobernar. Ante este dilema, es posible que opte, en primera instancia, por ganar tiempo y embarrar la cancha, combinando medidas que vayan en uno y otro sentido pero sin comprometerse con ninguna de las dos vías.
Sea así o de otro modo, no tendrá las manos libres. Los resultados en Euskal Herria van a marcarle la agenda. Delimitarán el terreno en el que el próximo Gobierno español habrá de jugar. Esta vez no podrán invisibilizar la expresión de las fuerzas de izquierda defensoras de los derechos de Euskal Herria. No podrán hacer desaparecer cientos de miles de votos. Amaiur aparece, en este contexto, como una garantía para abrir el camino, evitar que nadie embarre la cancha y asegurar que el juego siga, para que la sociedad vasca pueda tomar el balón y marcar mil goles a quienes quieran impedirle decidir libremente su futuro.
Amaiur es una inversión de futuro. Un puente hacia el cambio, la paz y la libertad.