Santo sospir, la casa «tatuada» por Cocteau
Pequeña joya volcada al mar, encaramada junto al faro de la localidad francesa de Saint-Jean-Cap-Ferrat, en la casa de veraneo de su amiga y mecenas Francine Weisweiller parece como si sus muros todavía albergasen el espíritu de Jean Cocteau (1889-1963). Es como si estuviera literalmente congelado en el tiempo cincuenta años después de marcha.
Catherine MARCIANO | AFP
Lo que, en un principio, fue una invitación a Jean Cocteau para pasase una semana en esta población de la Costa Azul, en 1950, terminó convirtiéndose en una estancia de once años junto a su compañero Edouard Dermit. Aquello terminó cuando se les puso en la calle, recuerda el guía de Santo Sospir, y supuso el final de una gran amistad y de un sorprendente «ménage à trois». El centro de aquel triángulo era Jean Cocteau, el artista de los excesos, tanto en su vida privada como en la artística, porque en su larga existencia tuvo tiempo de cultivar el cine, la música, la pintura y la literatura con resultados magistrales. Referencia obligada de todas las vanguardias, legó obras maestras como la novela «Los niños terribles» (1929) -la crónica de un incesto entre unos hermosos caprichosos e insoportables que ejercen un especial magnetismo en cuentos se les acercan-, ballets como «Oedipus Rex» (1929) -con música de Stravinski-, o películas como «La sangre de un poeta» (1930) o «Orphée» (1949).
Nada más llegar a Santo Sospir, el artista le preguntó a Francine Weisweiller si podía dibujar en las blancas pareces, porque «el silencio de los muros es terrible», dijo. Comenzó por el salón, pintando encima de la chimenea un dios del sol, flanqueado por dos pescadores con redes. En seis meses cubrió todas las paredes de temas mitológicos griegos, así como de símbolos mediterráneos como el erizo de mar.
«Matisse me dijo: `Cuando se decora un muro, se decoran los otros'. Y tenía razón», se justificó Cocteau. Los dibujos, a carbón, los cubrió de colores sutiles diluidos en leche. «No hay que vestir las paredes, lo que hay que hacer es dibujar sobre su piel; por eso he tratado los frescos de manera lineal con unos pocos colores que realzan los tatuajes», describió Cocteau en el corto de 30 minutos que rodó sobre la villa tatuada.
Un pastor, cuyo rostro se parece al de Jean Marais, su célebre amante, está sentado sobre la cama de la dueña de casa. Mira a Acteón, que, en la pared de enfrente, se convierte en ciervo bajo la mirada de Diana. En la habitación de Carole, la hija de la propietaria, hasta el armario está decorado por rostros de mujeres con ojos en forma de peces, mientras que una serpiente, que simboliza el conocimiento, sube reptando por la pared. Más tarde Cocteau pintó los techos de colores pastel, para, a continuación, agregar un mosaico en negro y blanco en la entrada exterior de la casa.
La villa fue un lugar de trabajo intenso para el artista, que disponía de un estudio construido en un invernadero. Allí recibía a visitantes famosos, como dos jóvenes amantes, Alain Delon y Romy Schneider, que recalaron allí en su huída de los paparazzi.
Algunas escenas de la última película de Cocteau, «El testamento de Orfeo», se rodaron en 1959 en el jardín, con la propietaria vestida con un traje del siglo XIX e interpretando «a la dama que se confundió de época». Su época en Santo Sospir, que se extendió entre 1950 hasta finales de 1961, le permitió realizar otros frescos murales en Menton y Villefranche-sur-Mer. Cocteau se consideraba, en el ocaso de su vida, como una «verdadero mediterráneo».
Carole Weisweiller, hija de Francine y dueño de la mitad de la casa, proyecta ceder el lugar al Conservatorio del Literal. Cerrada hasta ahora, la villa se puede visitar bajo cita previa.