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Mikel INSAUSTI | Crítico cinematográfico

David Lynch se va de copas

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Sabido es que David Lynch es un artista multidisciplinar que compagina el cine con muchas otras actividades creativas, pero no deja de sorprender que, a sus 65 años, sea capaz de reinventarse a sí mismo y probar con nuevos retos en terrenos inexplorados.

Nunca es tarde para debutar en la música, y eso es algo que sucede cada vez con mayor frecuencia, gracias al abaratamiento de los costes de producción discográfica y a la inmediatez de la difusión a través de internet. Está el caso reciente del cantante de soul Charles Bradley, un explotado trabajador afroamericano que ha podido ver realizado el sueño de grabar su primer disco con 63 años.

David Lynch es un poco más viejo y no aspira a ganarse la vida con la música. Su disco de debut, «Crazy Clown Time», podría ser tomado como un capricho tardío, si no fuera porque suena tan inspirado como las bandas sonoras de sus películas. Lo que equivale a hablar de una obra genial, plena en surrealismo y sensaciones perturbadoras extensibles a una portada digna de la iconografía de Buñuel.

La salida del disco, que está a la altura de los que grababa el mismísimo Alan Vega, coincide con la apertura de Silencio, el local de copas exclusivo decorado por, otra vez, David Lynch. No sólo ha hecho de interiorista, sino que además ha diseñado el mobiliario. Es un local con mucha historia, situado en plena Rue de Montmartre, y donde se ubicaron los míticos diarios «L' Aurore» y «L' Humanité». El cineasta ha abierto en él un túnel del tiempo que le habría venido muy bien a Woody Allen para su aventura parisina de medianoche.

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