Artemio Zarco | Abogado
Némesis. Paideia. Bipartidismo
En su versión griega, Némesis es la diosa de la justicia y de la venganza. En su versión cristiana se elimina la referencia vindicativa para ceñirse exclusivamente a la justicia, que se divide en divina, cuya máxima expresión en el improbable caso de que se cumplan las profecías tendrá lugar al final de los tiempos en el juicio universal, y en humana, incompleta y defectuosa y que, sin embargo, es imprescindible para la preservación de la especie.
Este sentido de la justicia nos distingue del resto de las criaturas, incluso cuando no la practicamos.
Este sentido de la justicia que nos confiere un cierto parentesco con los dioses, cuando se practica o se intenta practicar, ennoblece al individuo y a la comunidad, así como su carencia los envilece.
En la prensa del 28 de noviembre de 2011 aparecía la noticia de las condenas, entre otras, a cadenas perpetuas impuestas a genocidas de la última dictadura argentina.
Se trata de una justicia ejemplar que no olvida porque son imprescriptibles los hechos infames cometidos hace décadas, que siguen vivos en forma de pesadillas recurrentes llamando a la memoria colectiva por encima de amnistías y leyes de punto final, que han sido arrojadas al estercolero de la historia por la justicia de la sociedad argentina.
No sólo se trata de hacer justicia, sino de la autoestima de un pueblo capaz de mantenerles la mirada a los militares golpistas y de no bajarla como perros apaleados.
Es un problema de salud. Es una cuestión de poderse ver en el espejo sin avergonzarse.
Solo que otros no tenemos motivos para reconfortarnos y superar un pasado que nos sigue acechando.
En una frase cuidadosamente preparada para aplacar al PP, el presidente Zapatero, con motivo del comunicado de ETA renunciando a la violencia, ha dicho que nos espera una historia sin terrorismo, pero no una historia sin memoria.
Claro que la memoria de Zapatero es de corto recorrido. Retiene muy bien unos recuerdos y no retiene otros.
Concretamente no están guardados en su memoria los recuerdos de la barbarie franquista en la que una de las Españas fue aniquilada y reducidos al silencio los que sobrevivieron y sus hijos hasta los balbuceos de la transición fuertemente condicionados por los tabús que dejó el difunto junto con el brazo descarnado de Santa Teresa.
Han transcurrido más de 70 años desde la terminación de la guerra civil y más de 35 años desde la muerte de Franco. Ninguno de sus seguidores se ha sentado en ningún banquillo, ni ante un tribunal de hombres ni ante el tribunal de la Historia. Se van muriendo en sus casas, sin ninguna prisa, rodeados de los suyos y del respeto del vecindario que no sabe lo que fueron ni lo que hicieron.
Bendecidos por la Iglesia, se van muriendo con la sonrisa beatífica de quien cree que al otro lado le espera el maravilloso cielo cuyas puertas son abiertas para ellos porque ellos controlan el tránsito.
Si la memoria de Zapatero viene a ser la del PSOE, por la otra esquina, por la del PP, asoma la cabecita de la presidenta del Parlamento vasco, Arantxa Quiroga, a la que, según ha manifestado públicamente, no le gusta que le recuerden la guerra civil que no vivió y porque no le parece justo que perturben sus juveniles emociones con las tremebundas historias del lejano pasado.
Ante tanto romanticismo por parte del PSOE y del PP, no les queda a los que fueron aplastados por Franco y a los suyos más alternativa que la del muro de las lamentaciones, a ser levantado en todo caso donde no se vea ni moleste.
Además de la Némesis (justicia), el otro signo distintivo de la especie que camina erecta sobre la tierra sería la Paideia, igualmente de nacionalidad griega, que constituye lo que conocemos por cultura, en la que podemos incluir lo que llamamos ciencia y lo que constituyen las artes sociales y políticas y por supuesto lo que conocemos por bellas artes.
El hombre dispone por instinto de las posibilidades de desarrollar esas aptitudes, pero evidentemente necesita de maestros que le enseñen, de guías que le conduzcan, de profetas que le adviertan.
Los griegos incluían entre los enseñantes de la humanidad a los músicos, a los poetas, a los filósofos y a los oradores. Estos últimos son los que ahora llamamos políticos, los más influyentes de los mencionados al ser los que controlan los medios de difusión.
Sabemos que, salvo contadas excepciones, la política es la clase más desprestigiada, la que causa más desperfectos o, lo que es equivalente, es la de los falsos profetas que nos señalan a menudo el camino que conduce a la autodestrucción.
No podemos evitar a este tipo de enseñantes, pero sí escucharles con todas las alertas puestas, sabiendo que en alguna parte escondida de las bonitas cosas que dicen se encuentra la trampa o, lo que es más peligroso, que escondida en medio de las verdades se encuentra la mentira. Por sus frutos, pero sobre todo por sus contradicciones, los conoceréis. Un caso ejemplar de enseñante que incurre en contradicciones flagrantes lo tenemos en el famosísimo José María Aznar, uno de los símbolos del PP. Pertenece a la derecha más cejijunta, la que te cachea con la mirada a la busca de la droga ideológica que puedas llevar encima.
Sus amoríos políticos allende los mares y sus aficiones guerreras precisarían de comentarios que exceden el espacio del que dispongo. Me limitaré a una faceta en la que nos sorprende con una versatilidad notable en alguien que suele ser de ideas fijas cuando se trata de mantener sus principios vitales que empiezan y terminan con él.
La egolatría de Aznar raya en la propia adoración. Hasta cuando sabe que miente está convencido de que dice la verdad. Viene a resultar una variante de lo que decía Goebbels: la mentira cien veces repetida se convierte en verdad. No sólo hace afirmaciones rotundas que luego sustituye por otras diametralmente opuestas igualmente rotundas, sino que además es profundamente despectivo con los que discrepan. Puede perfectamente calificar y de hecho califica a los científicos que opinan del caso como a un colectivo de idiotas que se ha equivocado de planeta.
Su primera parada en el senderismo ecológico que eligió para hacer prácticas de luminoso guía le llevó al negacionismo: «El cambio climático es un mito». En consecuencia, «el alarmismo climático carece de fundamento», «el ecologismo deriva en una ideología totalitaria» (elpais.es, 19-9-2008). «Aznar arremete contra los abanderados del cambio climático» (elmundo.es, 22-10-2008).
Su segunda parada le lleva a pronunciarse a favor de la energía nuclear como remedio contra las emisiones de CO2 responsables del cambio climático (FAES internet, 31-1-10), alternativa nada tranquilizadora, como si te dan a elegir el compartir una piscina con un tiburón o con un cocodrilo.
Pero su tercera parada es la que nos puede desorientar hasta perdernos del todo, mientras Aznar se cambia de camiseta por otra que lleva dibujada el sol radiante de los ecologistas. Pues sí señor, después de todas las descalificaciones, insultos y desprecios que ha esparcido contra los denunciadores del cambio climático, ahora se alinea con ellos desdiciéndose de todo lo que dijo al respecto. Claro que en su conversión ecológica hay una fea explicación, la de que quien percibe que tras la realidad del cambio climático hay un gran negocio (ecodiario.es, 26-9-2011): «¿Se está lucrando Aznar con el cambio climático?». «Aznar lanza una guía para lucrarse con el cambio climático» (nuevatribuna.es, 4-10-2011). «El instituto de Aznar es una especie de agencia de calificación (rating) ambiental que presiona para el mismo tipo de políticas regresivas que Moody's o Standard and Poor's».
Lo anterior son los telones de fondo para que entren en escena los actores políticos con sus máscaras y sus coturnos. Cada vez con más apetito, sólo se sientan a la mesa dos comensales que se van alternando. El resto son un adorno. Lo que tiene de peor el bipartidismo es que con harta frecuencia los papeles que interpretan sus componentes son intercambiables.