CRíTICA cine
«El gato desaparece» La transferencia en la pareja
Mikel INSAUSTI
Carlos Sorín vuelve a sorprender a propios y extraños con una película distinta a todas las anteriores, demostrando que no tienen razón quienes afirman que sólo saber hacer sus ya conocidas historias mínimas. En “La ventana” se destacó como maestro de la narración contemplativa, entrando en el grupo de los cineastas escogidos que consiguen dominar y atrapar el tiempo real. En “El gato desaparece” resucita el cine de suspense argentino, volviendo sobre la tradición olvidada del gran Torre Nilsson, en lugar de seguir la corriente foránea que siempre desemboca en Hitchcock. El principal signo localista del que se apropia es la renuncia a encontrar explicaciones al desenlace, prefiriendo contribuir a crear una atmósfera cuya tensión nunca termina de estallar. Si es caso estaría más cerca del Polanski que se deja llevar por lo surrealista de un encadenamiento de situaciones extrañas, las cuales responden a una psicología obsesiva y contagiosamente enfermiza.
Y ahí está la clave de “El gato desaparece”, en no saber cual de los dos protagonistas está más trastornado mentalmente. Se supone que es el marido el que acaba de ser sometido a un internamiento psiquiátrico, a resultas de un episodio violento provocado por los celos profesionales hacia un colega de la Universidad con el que compartía sus investigaciones. Pero la esposa, a pesar del diagnóstico médico que le considera recuperado, le recibe con no pocos prejuicios y un miedo creciente que degenera en un proceso paranoico. Todo empieza con el ataque de bienvenida del gato Donatello al marido y la posterior misteriosa desaparición de la mascota de la casa, que sumen a la mujer en un estado de alerta constante. Ya nada es lo mismo, y todo lo que hace el hombre en sus noches de insomnio que le llevan a ordenar los libros de la biblioteca, resulta muy sospechoso. Así es cómo surge una intriga criminal de lo más delirante, en cuanto representación granguiñolesca de los fantasmas personales guardados en el arcón congelador.