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Anjel Ordóñez Periodista

Una columna desvertebrada

Pronto se cumplirán veinte años de la firma del Tratado de Maastricht. El 7 de febrero de 1992, la localidad holandesa que le da nombre era testigo de la rúbrica de un texto histórico para la integración europea, que dotaba de contenido político a lo que hasta entonces se había movido empujado exclusivamente por un motor económico, y que anunciaba el nacimiento del euro como reluciente moneda única. Será un aniversario con sabor amargo para los padres de la criatura, inmersos en una de las peores crisis por las que ha atravesado aquel modelo que, paradógicamente, quiso definir su arquitectura como la de un templo griego soportado por tres grandes pilares: económico, de política exterior y de seguridad común. Éstos sostenían un friso superior, la nueva Unión Europea, que presidía todo el paisaje comunitario y lo integraba en una «supraestructura armónica». Superestructura, no cabe duda. Pero, ¿armónica?

Dos décadas después, cuesta, y mucho, sostener esa imagen idílica puesta en solfa con cada empellón de los mercados sobre la deuda de eso que llaman países periféricos. Las vacas flacas -exprimidas y demacradas por la codicia de una plutocracia insaciable- han terminado por sembrar en ese paisaje el germen de la desconfianza y el resentimiento. Los pilares sobre los que debía alzarse la recién nacida Unión Europea amenazan ruina, como las del Templo de Zeus en Olimpia, aquél que el general romano Mummio consagró con veintiún escudos bañados en oro colgados en sus columnas.

Ya saben ustedes que cuando la pobreza llama a la puerta, el amor salta por la ventana. Hoy, ese proyecto de Europa fuerte para sobrevivir en este mundo globalizado se halla a las puertas del abismo, presa del cainismo de las potencias centroeuropeas, ávidas por sacar rentas inmediatas en los saldos de las economías debilitadas por las exigencias de la prima de riesgo. Ya se oyen voces, ahora desde la izquierda, que acusan a Alemania de llevar a Europa a su enésimo suicidio colectivo, como en 1914, 1919, 1933 y 1936. Y en esa afirmación van implícitas cuestiones que todavía soy incapaz de digerir.

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