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Koldo CAMPOS Escritor

Ni culpa ni vergüenza

 

Nada nubla tanto la razón ni desata la ira con mayor violencia que la impunidad. Y, especialmente, cuando a salvo de tribunales y sentencias, quienes sostuvieron la que todavía aplauden y bendicen como plácida existencia en que resumen cuarenta mal contados años de terror, de ejecuciones, de cárcel y de exilio, de ignominia, de saqueo y miseria, en lugar de acogerse, discretamente, al beneficio del silencio, de recurrir a la indulgencia de un prudente retiro y desaparecer, sin hacer ruido, donde nadie los advierta, ufanos exhiben sus viles desvergüenzas como si no hubiera memoria de sus actos y nombres.

Burla cruel, otra más, de quienes no conformes con acanallarse sin culpa, con pecar sin penitencia, con delinquir sin castigo y matar sin redención, orondos exhiben en todas las tribunas su impune condición.

Pero porque siempre, donde hubo vida, queda la memoria, tanto más cuando la vida se ha ejercido con respeto y dignidad, esa mendaz y plácida existencia con la que algunos insisten en negar su crimen nos sigue revelando a cada rato en comunes fosas y perdidas cunetas los restos enterrados de su infamia, de su funesta historia.

Algunos dicen que los muertos fueron un millón, aunque persista el afán de la memoria por seguir desempolvando cráneos, contando huesos e indagando sus extraviados nombres, pero ¿quién es capaz de enumerar los vivos? ¿Quién nos va a compensar las telarañas, las escaleras a oscuras, los agujeros, los otros versos de detrás de los permisos, el centinela debajo del sombrero? ¿A cuántos muertos asciende el número de vivos?