Mikel INSAUSTI

Los seguidores de David Cronenberg se van a sentir decepcionados con “Un método peligroso”, sin que les sirva de consuelo la buena recepción que la ha dispensado la crítica seria. Es un hecho que el cineasta canadiense cada vez se aleja más del fantástico, pero tampoco cabía esperar de él una película así de cerebral y, sobre todo, así de contenida. Tanta contención va en contra de su estilo siempre perturbador, como si no hubiera querido caer en el efectismo de las biografías clásicas de un Ken Russell, o en el romanticismo enfermizo de un Daniel Schmid. De eso poco hay, salvo por los ecos wagnerianos de la banda sonora compuesta por su habitual Howard Shore, siendo la única válvula de escape la histriónica interpretación de Keira Knightley en la primera parte, cuando da rienda suelta a la locura de su traumatizado personaje. En cambio, la caracterización libertina de Vincent Cassel apenas sirve de contrapunto a la estricta racionalidad que comparten Michael Fassbender y Viggo Mortensen en sus respectivos roles históricos de Carl Jung y Sigmund Freud.

Si las frías y convencionales elecciones formales y narrativas de Cronenberg para “Un método peligroso” pueden resultar discutibles, por cuanto se da una excesiva dependencia de la seca dramaturgia de Christopher Hampton, no lo es su esclarecedor contenido. Cronenberg es muy consciente de que a estas alturas no hay nada nuevo que descubrir sobre los padres del psicoanálisis y sus teorías, ampliamente desarrolladas después en todas las direcciones posibles. Lo que propone de modo muy inteligente es otro enfoque diferente, al reivindicar la figura injustamente relegada a un segundo plano de Sabina Spielrein, una mujer que resultó clave en el estudio práctico de las terapias a aplicar a los pacientes dentro de la psicología moderna. Su influencia queda recogida a través de una relación a tres bandas, completamente alejada del “ménage à trois”, donde la dialéctica reconduce el impulso sexual bajo el control del intelecto.