Mikel INSAUSTI

A partir de la bestial “Blitz” no puedo dejar de sentir admiración por el inglés Jason Statham, seguramente el último duro del cine. Un superviviente como él no encaja dentro de las superproducciones de Hollywood, así que se contenta con protagonizar películas periféricas, las cuales rinden culto a un género de acción violenta ya en desuso. Prueba de ello, es que la tentativa de acercamiento a las grandes producciones con “Asesinos de élite” se ha saldado con un fracaso en taquilla, ya que la película no va a recuperar el dinero invertido. De nada ha servido destinar buena parte del presupuesto a la contratación de Robert De Niro, que por si solo no puede asegurar el rendimiento de un proyecto hecha a contracorriente, tanto en cuanto no conecta con los gustos del público joven que acude a las salas y prefiere ver luchas imposibles, creadas artificialmente mediante imágenes generadas por ordenador. El debutante Gary McKendry, un irlandés que ha establecido su carrera profesional en Australia, opta por rodar coreografías de combates reales cuerpo a cuerpo, sin trampa ni cartón.

Los incondicionales de Jason Statham habrán de agradecer el esfuerzo de su irreductible héroe peleón, porque se vuelve a jugar el tipo en secuencias en las que no hay dobles o especialistas. Esta vez tiene enfrente a un antagonista a su altura, un Clive Owen, con ojo de cristal incluido, que se toma muy en serio su papel de ex miembro de las fuerzas especiales del ejército inglés perteneciente a una sociedad secreta paramilitar. El intercambio de golpes entre ambos es constante y va en aumento a lo largo del metraje, llegando a desplazar al propio desarrollo argumental, a medida que su duelo particular se vuelve más obsesivo y encarnizado. Es de suponer que así se lo imaginó el autor de la novela en que se basa la película, el mismo Ranulph Fiennes que perteneció a las SAS, para después convertirse en un aventurero solitario, hasta conquistar finalmente el Everest a la avanzada edad de 65 años.