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Amparo LASHERAS Periodista

Disidencia y rebeldía, valores en alza

El jueves, en un artículo, Antonio Alvarez-Solís afirmaba que «los poderosos han colonizado universidades, iglesias, organismos internacionales y estructuras financieras para crear la gran doctrina de que el mundo no tiene más que un camino». Lo más humillante, como él escribía, es que los hombres y mujeres de ese mundo han entrado en su espiral y se lo han creído. Finalizaba diciendo que esa realidad «justifica» y «exige la rebelión». Hace un tiempo, tras conocerse las terribles torturas infligidas por el ejército estadounidense a los resistentes iraquíes en la cárcel de Abu Gharaib, leí otro artículo sobre el comportamiento deshumanizado de los torturadores. En el escrito, el autor, tras un análisis basado en experimentos de la psicología social, reivindicaba el indiscutible valor de la disidencia individual frente al pensamiento único y militarizado. La noticia de la reciente decisión del Parlamento islandés de reconocer a Palestina como un estado «independiente y soberano», exigiendo la vuelta a las fronteras de 1967 (pese a la presión del poder de Israel y EEUU) ratifica mi confianza en la idea de ambas opiniones y en la decisión individual y el derecho colectivo a defender la libertad frente a la opresión. Desde que el pueblo islandés se negó, a través de un referéndum, a pagar la deuda a los mercados financieros, la disidencia islandesa es un tema tabú para la prensa e innombrable en el discurso que asola Europa. Sin embargo, igual que la rebeldía de los trabajadores griegos, está ahí, existiendo en medio de la barbarie política, como un ejemplo disidente contra el pensamiento único de la dictadura económica.

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