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Iñaki Urdanibia Doctor en Filosofía

Lucio Magri, «finito»

El italiano en su lucidez trató de volar, soñando en un mundo mejor, pero al constatar su fracaso, él mismo «levantó su mano contra sí mismo», que diría Jean Améry

En la posguerra italiana el país con forma de bota se hallaba dominado por el catolicismo, su forma política siendo la poderosa democracia cristiana, y por el comunismo del PCI heredero de la lucha de los partisanos contra el fascismo local y contra los invasores germanos. Las generaciones de jóvenes que entonces despertaban al uso de razón política se dividían entre quienes apostaban por la justicia social bajo la óptica de la doctrina social de la Iglesia y quienes depositaban sus esperanzas en una transformación más radical que supusiese cambios en las relaciones sociales y de producción bajo la bandera roja del partido creado por Gramsci y continuado por Togliatti.

Luigi Magri (Ferrara, 1932-Zurich, 2011) perteneció a la juventud de la que hablo y en un principio se inclinó por actuar desde las filas cristianas en pos de un mayor reparto de la riqueza social; al poco, no satisfaciéndole tal militancia optó por unirse al PCI en cuyas filas ingresó en 1958 para abandonar, más bien ser expulsado de, dicha obediencia diez años después, al tratar de desarrollar una fracción dentro del partido tras haber llegado al convencimiento de que los pretendidos comunistas mantenían unas posturas reformistas ad abusum, destacando sus tendencias a conseguir el añorado «compromiso histórico» con las fuerzas políticas derechistas, y muy en concreto con la democracia cristiana -pacto luego plasmado por Enrico Berlinguer-; tales derivas hicieron que Magri, junto a Rosana Rossanda y otros, creara una revista que respondía a una política más decididamente de izquierdas: «Il Manifesto», publicación que respondía a la organización política que en torno a ella se aglutinaba; más tarde dicha revista se convirtió en diario respondiendo a la influencia creciente del grupo. Tal implantación a lo largo de los años setenta alcanzó cierto arraigo entre los sectores más conscientes de la izquierda, y hasta traspasó las fronteras italianas para cobrar relevancia en la nueva izquierda europea y mundial.

De Pirineos abajo, la influencia de Magri y su colegas se tradujo en un aluvión de traducciones que aparecieron en los cuadernos de Anagrama, también en la colección naranja de la editorial de Herralde y en algunas otras editoriales, y se conocieron sus intervenciones en revistas como «Zona Abierta» o «Cuadernos del Ruedo Ibérico». Alzando la bandera, ya agitada por Karl Marx, de que la liberación de la clase obrera sería obra de ella misma, Magri encabezó la lucha contra la burocratización sindical y partidista para ir a la base y desde allá organizar a los obreros desde las mismas fábricas, tomando posicionamientos cercanos al consejismo de los Panneckoek u otras encarnaciones similares de la izquierda comunista; esta tendencia se vio más reforzada aún tras las tropelías soviéticas con sus países vecinos y sus comportamientos aberrantes en su interior.

En estos últimos años, tras haber fundado el Partito di Unità Proletaria per il comunismo a mediados de los setenta y colaborado posteriormente, tras la fusión de esta organización con el PCI, en la refundación comunista, Partito della Refundazione comunista, y más tarde todavía participando activamente en la constitución de un Movimento dei Comunisti Unitari, organización que trataba de sustituir al PCI que se había autodisuelto en 1991. Este último intento también fue abandonado por él ante su desacuerdo a la hora de integrarse en el recién creado Democratici de Siniestra, permaneciendo él al mando del diario por él creado a finales de los sesenta.

Hace un par de años vio la luz su última obra, que aquí editó un año después «El Viejo Topo»: «El sastre de Ulm. El comunismo del siglo XX. Hechos y reflexiones», obra que en cierto sentido puede considerarse su testamento político y en la que se hacía una historia real e hipotética del comunismo en su país y por extensión en el resto de países europeos, en la que destacaba las desviaciones, traiciones que -según su tenaz visión- hicieron que las promesas de igualdad, fraternidad y futuro luminoso para la humanidad se vieran truncadas absorbidas por una visión pragmática y conciliadora con el statu quo, propia de la claudicante socialdemocracia. La decepción política le llevó a la desesperanza, que aumentó sobremanera con la desaparición de su compañera Mara a causa del cáncer; todo esto le hizo sombrear en una honda depresión que le empujó a viajar a Suiza para, aprovechando la legislación helvética, suicidarse con asistencia de médicos amigos; dos veces lo había organizado echándose atrás a última hora, y a la tercera fue la vencida: este día 28 pasado puso fin a sus combativos días.

Lucio Magri, comunista herético donde los hubiese, huyó de ortodoxias acríticas e intentó hasta el último suspiro organizar a la izquierda manteniendo verdaderas posturas de izquierda... siempre en busca de un «nuevo inicio» que retomase la rebeldía y el coraje de aquellos communards que tomaron el cielo por asalto. Lucio Magri no intentó volar en sentido estricto como el personaje de Bertold Brecht que daba título al libro aludido, ese sastre de Ulm que intentó volar y se escacharró contra el suelo, el italiano en su lucidez trató de volar, soñando en un mundo mejor, pero al constatar su fracaso o al menos al perder el principio-esperanza (pace Bloch) en la creación del instrumento que lo facilitase, él mismo «levantó la mano contra sí mismo», que diría Jean Améry.

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