Mikel INSAUSTI

He disfrutado como un enano con “Acero puro”, vehículo de entretenimiento familiar al que se le nota la mano de Spielberg en la producción, más aún ahora que el antiguo Rey Midas de Hollywood parece haber recuperado su olfato para el buen cine comercial de los años 80. Me parece una forma muy inteligente de poner al día el melodrama boxístico, género que había caído en total desuso para lamento de quienes crecimos con él. No en vano el argumento parte de un relato que el genial Richard Matheson escribió para la reverenciada serie fantástica de televisión “En los límites de la realidad”, pero cuyo maquinismo futurista ha sido combinado ahora con el trasfondo sentimental del clásico “Campeón”, resucitando la figura del padre boxeador caído en desgracia que se redime ante el hijo al que había abandonado. Hugh Jackman borda el papel, tal como lo habría interpretado en su juventud un Clint Eastwood, porque no deja de ser el típico duro con corazón que esconde un instinto paternal bajo su aspecto de fullero organizador de combates clandestinos.

Por mucho sentimentalismo y buenas intenciones que adornen la película, la acción no tiene desperdicio, gracias a las divertidísimas y descacharrantes coreografías de peleas boxísticas entre grandes robots que sobrepasan con creces la categoría de los pesos pesados. Los púgiles metálicos en cuestión están hechos con material de desguace, lo que contribuye a dar un aspecto chatarrero a los cuadriláteros del futuro, conservando así el aliento decadente y propio de perdedores que siempre tuvo también el boxeo entre humanos. No obstante, como sucede en “Rocky”, la derrota da paso a la épica de la victoria por sorpresa, estado de animo cambiante que se encarga de enfatizar la heroica banda sonora compuesta por un Danny Elfman en plena forma. No voy a negar que la película no tenga cierto aspecto de videojuego, si bien las sesiones de “puños aéreos” tienen bastante más gracia que los desmelenados y ridículos concursos de “guitarra aérea”.