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Gloria REKARTE Ex presa política

Sanfrancis-cojaviér

 

Francisco de Jaso y Azpilkueta, misionero y jesuita, murió más lejos que ni sé, en 1552. Lo canonizaron años más tarde, cumplidos ya los requisitos previos de milagros, peticiones concedidas y cuerpo incorrupto. Le acomodaron entonces el apellido, enterrando con aquél Jaso de infausto recuerdo para los castellanos, toda connotación independentista y asignándole el del castillo donde nació que, duramente castigado, con las torres desmochadas, el foso cubierto, el puente destrozado y la muralla derribada, guardaba en su interior un cristo milagroso que lloraba sangre (más milagroso habría sido que se riera). Más tarde, al ya santo lo trocearon un poquito para que su brazo incorrupto se paseara por Nafarroa y de vez en cuando por Madrid. Resultó después que el brazo incorrupto no lo era tanto, pero allá donde no llegó la santidad, llegó la ciencia, que ya había avanzado mucho y hoy tenemos santo, lo que queda del brazo y, además, patrono, que da fiesta. Con el patronazgo llegaron los discursos institucionales y con los discursos una Nafarroa impersonal y anodina, vacía y fría, mortecina y gris. Una Nafarroa recién salida de fábrica. Sin ayer y sin raíces, sin historia ni rebeldía; sin otro mañana que el que anhelan decidir, sin nosotros pero en nuestro nombre los nuevos usurpadores. Los que reverencian a los viejos y nuevos ejércitos del de Alba, ovacionan sus tropelías y pretenden escribir con ellos el relato de hace 500 años y el de hoy. Por eso, digo, este Francisco, por su derecho legítimo al berrinche y por las facultades milagreras que le corresponden, con el brazo que le queda en su sitio, ¿no les soltará de una vez la guantada justiciera que se merecen?