Fermin Munarriz | Periodista
El trancapechos de doņa Betty
Hay días que uno se levanta más ligero, reconfortado por detalles inesperados. El último llega de Bolivia: la cadena McDonald's ha quebrado. No ha podido competir con la gastronomía local; se ha quedado sin clientes. Los nativos prefieren su comida. ¡Bieeennn!
Algún retorcido pensará que mi gozo es fruto del resentimiento contra las multinacionales. En absoluto. Es del orgullo. Yo también soy indígena, de otra parte, pero indígena. Y con buen apetito.
En realidad, la noticia es de años atrás y lo novedoso es el documental «¿Por qué quebró McDonald's en Bolivia?», que explica este fenómeno único en el planeta. La cadena de comida rápida más famosa del mundo y emblema de la globalización y del imperio estadounidense clavó su pendón amarillo y rojo a finales de los noventa en el país donde descansa el Che. Desde el inicio, la firma gringa detectó que los bolivianos eran gente recia y muy suya, y tuvo que adaptar los sabores comunes de Minnesota, Tokio o Sidney al paladar nativo con licencias como la picante salsa local llajwa. Ni por esas.
El documental recoge opiniones de sociólogos, historiadores, nutricionistas, cocineros y hasta del desconcertado propietario de la franquicia. Todos coinciden en que el fracaso de la cadena de comida rápida no está en el producto en sí ni probablemente en su aspecto económico, sino en el apego de los bolivianos a los productos de su tierra y en una mentalidad que aprecia el valor de los platos cocinados a fuego lento durante muchas horas. «La cultura le ganó a una transnacional, al mundo globalizado», resume el director del documental, Fernando Martínez.
La película es, además, un viaje gastronómico por los sabores intensos de la guerrilla local que derrotó al gigante: la empanada salteña que ideó la mamasita Gorriti, el contundente fricasé, el majadito, la espesa khalapurka que se calienta con piedra volcánica, y el púgil más directo de la sintética BigMac: el trancapechos de doña Betty, un generoso bocadillo de la región de Cochabamba que atesora entre las rebanadas arroz, carne y huevo frito.
Con esta músicalidad, la letra de la banda sonora del documental estaba garantizada: «A mi paladar no se le impone ni cómo ni cuándo». Es otra manera de explicar la soberanía. Más sabrosa.