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consejo europeo en bruselas

Gran Bretaña queda aislada

Merkel y Sarkozy forzaron la máquina en la madrugada del jueves al viernes en el Consejo Europeo. Por primera vez, un acuerdo francoalemán ha sido más importante que la unidad de la Unión Europea. Merkel lo dijo muy claro: si no es posible a 27, será a 17. Y cumplió. Resultado, un acuerdo intergubernamental, no comunitario y frágil, tras el veto de Cameron. ¿A qué precio? Gran Bretaña, más aislada que nunca; y, la UE, pendiente de una profunda e incierta reforma.

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Josu JUARISTI

Un esbozo de unión económica que complete la unión monetaria. Ése es el principal resultado del Consejo Europeo que ayer concluyó con un proyecto incompleto que deberá ser negociado al detalle y refrendado para que pueda entrar en vigor el próximo año. Forzados por Merkel (sobre todo) y Sarkozy, veintiséis estados miembros de la UE (si, como se preveía anoche, finalmente Suecia, República Checa y Hungría superan sus dudas iniciales y sus parlamentos les dan luz verde) avanzarán en la Europa del Euro sin Gran Bretaña. Estas líneas son un resumen de lo acordado y lo que supone, pero también de lo no acordado y sus consecuencias.

¿Qué se ha acordado?

Un acuerdo internacional, no comunitario, a 23, a 26 o quién sabe a cuántos (nunca a 27, tras el rechazo británico), de disciplina financiera. Cubrirá a los 17 firmantes del euro y a quienes se sumen al acuerdo.

Los firmantes introducirán un «debt brake» en sus constituciones o a un nivel legal equivalente, una norma que se considerará respetada si, por norma general, su déficit estructural anual no excede del 0,5%. Se confirma el límite máximo de déficit del 3%, cuyo incumplimiento abrirá un proceso automático sancionador salvo que se oponga a ello una mayoría cualificada de estados del euro. La Comisión supervisará los presupuestos estatales antes que los diputados de los estados y hará propuestas o críticas.

Un nuevo modelo de Mecanismo Europeo de Estabilidad será acordado «en los próximos días» y, cuando sea necesario, decidirá sobre mayorías cualificadas (del 85%), no sobre el principio de la unanimidad. Éste es uno de los avances fundamentales de este acuerdo.

Los firmantes pagarán un extra al FMI para que sea usado en futuros rescates. Y, además, habrá más cumbres de la eurozona, además de los gabinetes de crisis mensuales.

¿Y que no se ha acordado?

Algo fundamental: no habrá nuevo tratado comunitario, al menos de momento. Londres no aceptó la disciplina financiera y puso su veto sobre la mesa. Se exige unanimidad para cualquier reforma de los tratados. Esto significa que la reforma de Lisboa no se toca ni se altera y que el grupo del «17 plus» (los firmantes del euro más los que se sumen) firmará un acuerdo intergubernamental, un convenio internacional al estilo del Schengen original (antes de su comunitarización). Gran Bretaña se queda atrás.

Se ha acordado un proceso, incompleto y no suficientemente detallado todavía, de sanciones aparentemente automáticas, pero nadie las ha explicitado ni ha mencionado nada de eventuales cláusulas de salida, permanentes o provisionales. Si, como es previsible, el límite del déficit del 3% o cualquier otra norma presupuestaria es incumplida de forma sistemática por un estado miembro (o de forma masiva, por muchos estados), ¿que hará el resto?

Tampoco se acepta el famoso «big bazooka». Berlín sigue negándose a la vieja teoría de que la UE debe arrasar con un apoyo masivo que baje los humos a los mercados. A esto debe añadirse, en la misma línea, que el Banco Central Europeo tampoco perderá sus actuales bases ni imprimirá dinero a mansalva.

Las grandes incógnitas

Draghi dijo que si se aprueba un «compacto fiscal», un nuevo pacto presupuestario, el BCE podría acompañarlo «con otros elementos». Pero, de momento, se limita a una compra sólo limitada de deuda tóxica (española e italiana).

La cumbre anima a discutir sobre una mayor coordinación de políticas fiscales, pero no va más allá ni, de momento, hay acuerdo sobre este punto.

Y, de momento, tampoco hay eurobonos, aunque algunas fuenets aseguran que, ahora que Berlín ha logrado imponer los pilares básicos de su plan, quizás podría ser más receptivo a demostrar mayor solidaridad. Van Rompuy se lo pide, y Berlín, tras el «no» rotundo inicial, dice ahora que es una cuestión de ritmos y de tiempos. Ahora no toca, quizás mañana.

Otra duda, que comenzó a ser planteada en los corrillos, es si se permitirán algunas pequeñas cláusulas de salvaguarda, de forma que no todo sea impuesto a todos. En este sentido, la distinción final en el pliego de conclusiones de adoptar algunas medidas mediante disposiciones de Derecho derivado, pero incorporar otras en el Derecho primario sugiere que no están claras las líneas rojas.

El tiempo es otra de las incógnitas: Merkel y Sarkozy quieren que el acuerdo internacional sea firmado, como tarde, en marzo, pero, tras la euforia inicial, no tardaron en llegar las primeras noticias sobre un cuando menos delicado e incierto proceso de ratificación de ese acuerdo en varios estados, especialmente en Irlanda, Holanda, Austria, Rumanía y Dinamarca, a los que se podrían sumar Finlandia, Letonia y República Checa.

Por otra parte, Van Rompuy, Durao Barroso y Juncker deben presentar también en marzo un informe sobre el modo de profundizar en la integración presupuestaria. Y, en cuanto al Tratado que constituirá el MEDE, el Mecanismo Europeo de Estabilidad, se fija el objetivo de que entre en vigor en julio próximo.

Y el tiempo no es una cuestión menor: ¿Será todo esto suficiente para convencer a los mercados? ¿Salvará este acuerdo el euro? Es la gran incógnita.

La reforma y el futuro de la UE

La otra gran pregunta que este Consejo Europeo deja sin respuesta tiene una dimensión también enorme: el paso adelante dado por la Europa del Euro y la decisión de Merkel y de Sarkozy de responder al veto británico apretando hasta el fondo el acelerador intergubernamental (para esbozar la cuarta fase de la Unión Económica y Monetaria) al margen, en sentido estricto, del proceso comunitario, puede tener unas consecuencias impredecibles.

Por una parte, la obvia: ¿Qué papel jugará Gran Bretaña a partir de ahora? Nunca antes un mandatario británico había hablado tan claro sobre su rechazo al euro y a la Unión. ¿Debe Gran Bretaña replantearse su permanencia en la UE? De momento, no es previsible un choque mayor entre Londres y Berlín o París. Gran Bretaña sigue, básicamente, en la misma esquina de siempre, pero nunca había estado tan aislada. Los acantilados blancos de Dover simbolizan ahora que, cuando hay niebla en el Canal, no es el continente quien queda aislado, sino Gran Bretaña. Y, quizás, su todopoderosa y opaca City. En muchos aspectos, Frankfurt está comiendo la tostada al centro financiero londinense, y el reforzamiento de la fractura en las normas regulatorias de las finanzas y de la economía incidirá de algún modo en la City. Pero el riesgo podría ser mayor, porque hay quien teme ya que el Mercado Único también podría verse afectado por este choque.

Otra de las incógnitas que marcará el futuro de la Unión será cómo encajarán esta Europa del Euro y sus acuerdos no comunitarios (todavía) con el actual entramado comunitario. Quizás sea excesivo afirmar que el Consejo Europeo de Bruselas ha abierto una herida tan grande que puede desintegrar la propia Unión, pero es obvio que el precio político de este salto adelante de la zona euro será alto. Seguramente, el precio de la inacción habría sido mucho mayor y ahora estaríamos hablando del entierro del euro. Pero la fractura simbolizada por las aguas del Canal y los acantilados de Dover no es menor. Parece claro que Cameron no ha sabido jugar sus cartas (que, en todo caso, eran malas), y podríamos afirmar que Merkel y Sarkozy quizás no han calculado bien el alcance de su puñetazo.

Además, aunque Angela Merkel consiga un acuerdo a 26, eso no significará que los restantes 25 sean sus fieles escuderos. Las dudas de muchos son enormes, pero todos, excepto Londres, temen que fuera haga un frío insoportable. Si la crisis económica y financiera se supera y el euro levanta cabeza, ganará un lugar en la historia; si no, será acusada de haber llevado a la unidad europea al borde del abismo. Decir que la Europa de los 27 ha acabado es exagerado, pero las dudas son legítimas.

Por otra parte, ¿cómo coexistirán las actuales leyes de la UE con este acuerdo internacional separado? Hay incluso juristas que dudan de que semejante tratado paralelo sea incluso compatible con la legalidad comunitaria. La sangre no llegará al río, porque la flexibilidad es una característica de estos procesos, pero en el proceso de adaptación que requerirán ambas arquitecturas institucionales puede haber pérdidas, directas o colaterales.

La Unión Europea ha ganado tiempo, y ha abierto la posibilidad de reforzar la arquitectura institucional del euro para que quienes lo deseen avancen hacia una verdadera política económica común, algo, desde luego, muy importante. Pero, en el fondo, sólo ha comprado tiempo. Llegará un día en el que no podrá eludir la cuestión de su identidad y su configuración.

La crisis financiera es política y este acuerdo puede terminar de cortocircuitar a las instancias comunitarias, es decir, a la Comisión y al Parlamento, que no están bien asociadas a esta Europa del Euro. La UE necesita un método comunitario fuerte, y no lo tiene; la UE necesita un gobierno económico que rinda cuentas a sus ciudadanos y el pacto «euro plus» ignora exigencias democráticas fundamentales; la UE necesita revisar sus tratados para completar el cuadro institucional, aclarar y repartir de nuevo las competencias entre la Unión y los Estados (y los entes subestatales) y, sobre todo, profundizar su deficiente dimensión democrática. Necesitará otra reforma, y aún exigirá unanimidad...

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