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Francisco Letamendia | Profesor de la UPV-EHU

Sindicatos vascos y pilares

Con el término «pilares» el autor se refiere a las «redes sociales impulsoras de subculturas organizativas» que históricamente han creado los sindicatos, según la teoría que utiliza para analizar el encaje de ELA y LAB en la actual situación política de Euskal Herria. Tras referirse a la «despilarización» de ELA, afirma que hoy se dan las condiciones para la creación de un pilar común y plural en el que podrían confluir los sindicatos de ámbito vasco.

A la hora de tratar el encaje de los sindicatos de ámbito vasco, ELA y LAB, en la nueva situación política del país, viene a cuento utilizar una teoría elaborada por autores de los Países Bajos, Ebbinghaus y otros, de gran poder explicativo sobre el universo del trabajo: la teoría de los pilares. Esta teoría, que yo he utilizado en mis libros y mis clases, explica que los sindicatos no han actuado históricamente solos. A fin de resistir la hostilidad estatal y patronal, pero también para sobrellevar las rivalidades ideológicas, formaron pilares, o redes sociales impulsoras de subculturas organizativas, en la que se daba una interdependencia de cooperativas, bolsas de trabajo, organizaciones de masas... y partidos políticos.

La diversidad de pilares respondió a la pluralidad de líneas divisorias, o cleavages, partidarios e ideológicos. En la edad de oro de los pilares que fue el medio siglo transcurrido de 1920 a 1970 cristalizaron cuatro familias de pilares partidos-sindicatos: el pilar laborista, el social-demócrata, el comunista, y el cristiano. En cada pilar había interacción, aunque no forzosamente dependencia, de partidos y sindicatos. También podía ser complejo, si influían varios cleavages en él. En el País Vasco sur, por ejemplo, al pilar socialista PSOE-UGT respondió el pilar de Solidaridad de Obreros Vascos, la futura ELA, con una doble orientación nacionalista vasca y católica.

Diversos procesos despilarizaron en Europa occidental desde los años 70 a los sindicatos: la precariedad laboral, el deslizamiento de las identidades del plano colectivo al individual, el retroceso de la influencia de la Iglesia, la debilidad ideológica de los partidos de la izquierda histórica y su búsqueda del centro electoral a costa del obrerismo... Tanto UGT como el retoño tardío del pilar comunista que fue Comisiones Obreras se despilarizaron respectivamente del PSOE y del PCE en los años 80. Pero la despilarización más pionera, consciente y drástica fue la que emprendió la ELA de los años 60 y 70, que deshizo los lazos peneuvistas (pero no nacionalistas) y confesionales, permitiéndole consolidarse en los años 80 y 90 como el sindicato hegemónico del sur de Euskal Herria. Gracias a ello el sindicalismo vasco quedó menos tocado por el declive y el desarbolamiento que afectaron al sindicalismo occidental en su conjunto.

La ruptura del nexo partidos-sindicatos ha acercado a estos últimos, no sin problemas, a los nuevos movimientos sociales, feminismo, movimientos juveniles, movimiento de movimientos contrario a la globalización neo-liberal económica. No existen aquí, contrariamente a la edad de oro de los pilares, lazos estables ni parejas de baile, los nexos son múltiples y cambiantes, y el principio de la suma de igual reina de modo indiscutible. Pero el proceso es frágil y está en sus inicios.

Conoce además claras excepciones a la regla; como la que se ha dado en nuestras tierras. Siendo la crisis sindical consecuencia del fenómeno global de desidentización colectiva, ¿qué ocurre en aquellas sociedades donde operan fuertes procesos identitarios, por ejemplo nacionales? Lo que ha ocurrido en el País Vasco; en los años 70 emergió el fuerte pilar de la izquierda abertzale, en el que el nuevo sindicato LAB pasó a formar parte, a contracorriente de lo que pasaba en otras partes, de la densa red de interacciones de sus distintos elementos. En los años 90, la unidad de acción de los dos sindicatos de ámbito vasco, ELA y LAB, permitió a la acción obrera vasca plantar cara a la precariedad posfordista y a la concertación subordinada del nacionalismo de Estado. A nivel político, el Manifiesto del Aberri Eguna de 1995 de la mayoría sindical y el acto de Gernika de ELA de 1997 fueron los antecedentes directos de la nueva situación que ha visto la luz en este año de 2011.

Este impulso decayó tras el fin del Acuerdo de Lizarra-Garazi por una serie de factores: sin duda por la continuación de la violencia política, pero también por la actitud de magnífico aislamiento adoptada por ELA en estos años, la cual se ha prolongado hasta la actualidad.

Y sin embargo, la situación creada por el cese definitivo de la actividad violenta de ETA permite la creación de un nuevo pilar: un pilar complejo y plural en el que confluyan sin perder su autonomía los sindicatos de ámbito vasco, interactuando en una relación de igual a igual y sin sujeción ni condicionamiento alguno con el conjunto de los partidos y organizaciones que conforman la nueva izquierda vasca. El nuevo conjunto que está surgiendo, cuyas expresiones electorales iniciales son Bildu y Amaiur, no tiene un carácter obrero; es una unidad popular, como lo pretendió ser la primera Herri Batasuna a través de ANV y ESB y del icono carismático de Telesforo Monzón, pero esta vez de un modo más creíble, como lo ha atestiguado el reconocimiento que le ha dado un sector importante de ciudadanos y ciudadanas vascos.

Pero en este conjunto interclasista hace falta una presencia nítida de los objetivos e intereses de los trabajadores vascos; la que sólo pueden ofrecer ELA y LAB, con sus voces diferenciadas por su historia y orígenes, pero inmersas en una dinámica común que refuerce su unidad de acción. Todos los temas, programas y decisiones de la nueva unidad popular, fiscalidad, opciones económicas concretas, etcétera... pueden y deben ser objeto de crítica obrera. Pero de una crítica expresada desde dentro del pilar, de modo que pueda orientar la trayectoria política del conjunto; pues si presenta las características de acritud y hostilidad propias de las críticas externas perderá toda capacidad de influencia.

Ello acarreará previsiblemente cambios internos en los dos sindicatos. A LAB le exigirá su despilarización de la izquierda abertzale nuclear y su pilarización en el nuevo conjunto más amplio actualmente en formación. No se oponen a ella sin embargo grandes obstáculos; de hecho, hace ya años que LAB dio un primer e importante paso al desvincularse de lo que entonces era KAS.

Es en ELA donde se encuentran los mayores problemas; la tentación de la endogamia se ha hecho evidente en los últimos años. Pero tal tentación, que persigue reforzar el control organizativo sobre sus distintos campos de actuación, el político, el sindical, el de la investigación sobre temas sindicales y de la sociedad del trabajo, es en realidad una opción estéril, que impide a la organización respirar y enriquecerse con los aportes ajenos.

ELA es un agente formidable en Hego Euskal Herria, que ha salvado al mundo obrero vasco de la supeditación y entrega claudicante al neoliberalismo que se dan en otras latitudes. Su presencia en el pilar es por ello imprescindible; y por otra parte, nada complicada. Bastaría con la firma del documento que está siendo la piedra angular del nuevo proceso, el Acuerdo de Gernika. De hecho, ELA acaba de dar un paso importante al llamar a sus afiliados a participar en la macromanifestación por los presos vascos convocada para el 7 de enero de 2012 por el colectivo Egin Dezagun Bidea.

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