«Es momento de travestir al gudari y hacer más la puta, en el sentido más hedonista»
Autora de «Sexual herria»
Hace tiempo que devino perra y ahora regresa de su sexilio condal para reputificar Euskal Herria. A su juicio, la colonización española vino con la cruz para transformar la sociedad de las lujuriosas sorginas en otra gélida y represora de su sexualidad. Su último libro, «Sexual herria» (Txalaparta), es un canto a la libertad individual y una llamada a exprimir a la vida -y al sexo- todo el placer que puede dar.
Aritz INTXUSTA | IRUÑEA
Es, como dice su amatxo, algo «arbolaria», pues habla con mucho aspaviento. De su oreja cuelga un pendiente dorado en forma de zapato de tacón. Quizá sea porque la sociedad dicta que los zapatos han de llevarse en los pies y a ella no le ha dado la gana plegarse al costumbrismo de una sociedad que califica de catolicona, patriarcal e intolerante. Itziar Ziga tiene todos los motivos para llevarse mal con la sociedad ya que ésta jamás ha parado de juzgarla por abertzale, feminista, lesbiana y, también, por puta. Ya que es, como ella misma confiesa orgullosa: «Una bollera rabiosa, exhibicionista y golfa»
Empecemos por el final, por ese polvo en el tren en Donostia. Y, claro, por qué significa ser una puta.
En el último capítulo narro un viaje con mi novia por Euskal Herria. Allí hay hazañas sexuales mías que chocan, como follar en un tren en Donostia a pleno día. Aproveché que el libro va de reputificar y resexualizar a los vascos para incluir una narración erótica porque me apetecía. Que me reivindique como puta frente a toda la moral católica y patriarcal no significa que quiera follar con todo el mundo. Esta es una idea muy machista. Mis amigas putas son libres para decidir si quieren a ese cliente o no, dependerá de la pasta. La mujer casada, embutida en un matrimonio patriarcal puede que no tenga tanta capacidad para decidir cuándo le apetece echar un polvo.
Yo tengo una obsesión política feminista de hermanarme con las putas. Una vez intenté hacerme puta en Bilbao, pero no valía para eso. Lo que pretendo es acabar con la putafobia, que es una de las caras más perversas de la misoginia. Muchas mujeres prefieren tener una vida «decente» y tener esa familia «legitimada» para que no las repriman, para que no les jodan y para que las reconozcan. No hay nada mejor para mostrarse como una mujer decente y señalar a las otras. Bueno, pues si quieren, que me señalen a mí, ojalá sirva para desmontar el estigma puta.
¿Un estigma como el que se puso a las sorginas?
En mi libro me lanzo en busca de la puta vasca perdida. No debemos olvidar que nos colonizaron los Reyes Católicos. ¡Ay que joderse! Lo que hago es rescatar textos de nuestros enemigos, desde el peregrino Aymeric Picaud al inquisidor Lancre, que llevó a la hoguera a cientos de sorginas. Estos dos hombres tan antivascos cuentan que en Euskal Herria existía una sexualidad abominable, muy explícita, y cargaron contra sus mujeres. Creo que la cruz no se nos había metido tan adentro hasta que llegaron. La conquista tuvo un carácter militar, pero también católico-inquisitorial.
Su libro, en el fondo, habla de libertad. No sólo de la censura ajena, sino sobre todo de autocensura y de los propios tabús que nos imponemos a nosotros mismos.
Dentro de la forma de ser vasca y, más específicamente, de los que llevamos una vida combativa, ha calado hondo el rol del gudari y la gudari. Como el enemigo es muy grande y la represión tan bestia, hemos adoptado una posición marcial. Ese aire militar obliga a una autovigilancia constante para ser coherente y estar alerta. Todo ello nos ha empujado a dejar de lado otras reivindicaciones. ¿Cómo vamos a relajarnos, cómo vamos a mostrarnos humanos y desatar nuestra lujuria si tenemos que estar alerta contra el agresor?
¿El militante vasco ha tendido hacia el ascetismo?
Sí, a eso ayuda el hecho de que, entre los movimientos de izquierdas, se da mucho la intervigilancia. Nos miramos continuamente los unos a los otros. Resulta opresivo y siempre me ha agobiado, porque en el feminismo ha ocurrido también. Se supone que hemos de ser homogéneas. Lo que se salga de ahí, es inmediatamente sospechoso.
Eso no ha conseguido frenarle...
Yo soy como soy y no lo puedo olvidar. Tengo tendencia a ser golfa. Los revolucionarios debemos relajarnos, porque encima de que se está realizando un terrible esfuerzo para transformar las cosas, cargamos con un montón de encorsetamientos. A eso voy con lo de «gudari versus puta». Ahora que se están cambiando las cosas gracias al esfuerzo de tanta gente, es buen momento para cambiar. Yo auguro que la represión bajará y que será buen momento para que el gudari se pueda travestir y empecemos a matar a ese cura de 200 años del que hablaba Oteiza. Así comenzaremos a hacer más la puta, en el sentido más hedonista y divertido.
«El hecho de que me reivindique como puta frente a toda la moral católica y patriarcal no significa que quiera follar con todo el mundo. Esa idea es machista»
«¿Cómo vamos a relajarnos, cómo vamos a mostrarnos humanos y desatar nuestra lujuria si debemos estar siempre alerta contra el agresor?»