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Koldo CAMPOS SAGASETA Escritor

Eutanasia familiar

Acabo de recibir por correo electrónico un mensaje conmovedor que no puedo dejar de compartir con los lectores de esta columna, y menos un día como hoy. De manera anónima, alguien que no firma su amarga experiencia, la ha puesto en mis manos, me consta que entre otras, para que la divulguemos. Yo no le voy a decepcionar. Cuenta el autor de esta crónica sobre la vida y la muerte que, precisamente, conversando sobre estos temas con su adorada madre, se decidió a pedirle que, si ocurriera que un día el infortunio, por un fatal accidente o una cruel enfermedad, lo redujera a la condición de un vegetal, de un ser sin vida propia y cuya respiración asistida dependiera de máquinas, de una botella... ella fuera capaz de desenchufar los artefactos que lo mantuvieran con vida porque, en ese caso, él prefería morir. Y cuenta el autor de esta enternecedora historia que, cuando él, entre sollozos, confesó a su madre el deseo de morir dignamente antes de verse condenado a una vegetativa existencia, ella, la misma que le diera el ser, lentamente, se incorporó de la silla, se secó discretamente dos furtivas lágrimas, y con la admiración por su hijo reflejada en sus húmedos ojos, tras besarlo en la frente y abrazarlo como si fuera la última vez que iba a poder hacerlo, desenchufó el televisor, el DVD, el cable de Internet, el PC, el MP3/4, la PLAY-2, la PSP, la WII, el teléfono móvil, el IPOD, la Blackberry y, finalmente, tiró a la basura las cervezas. -¡La madre que la parió! -exclamó su hijo entre espasmos poco antes de ser trasladado urgentemente a un hospital.