PRESOS Y PROCESOS DE RESOLUCIÓN
«Salimos con la condición de que el IRA no rompiera su alto el fuego»
Pat Sheehan, expreso y diputado republicano, hace un somero repaso en la entrevista que hoy publica GARA sobre las condiciones que hicieron posible que las cárceles se vaciaran de presos merced a los Acuerdos de Viernes Santo (1998)
Expreso republicano y diputado de Sinn Féin
Nacido en Belfast, Pat Sheehan entró por vez primera en prisión con 19 años y, tras completar, en dos etapas, 15 años de privación de libertad, salió en 1998 merced a los Acuerdos de Viernes Santo, que marcaron el principio del fin de la campaña militar del IRA –en alto el fuego desde 1994, su abandono definitivo no llegó hasta 2005– y también de la política de apartheid hacia la comunidad republicana. En la entrevista aporta detalles sobre la excarcelación de presos y la reparación a las víctimas.
Maite UBIRIA - Carole SUHAS | URRUÑA
Pat Sheehan fue la persona que sustituyó en su escaño a Gerry Adams y, tras renovar su cargo el año pasado en las urnas, forma parte de un grupo parlamentario integrado en un cincuenta por ciento por antiguos prisioneros. Padre de un hijo de 12 años «que podrá crecer sin sufrir la discriminación ni a los militares en las calles», Sheehan evoca capítulos hasta ahora no revelados sobre la salida de los presos, aunque reconoce que «no ha sido fácil» responder a algunas de nuestras preguntas.
Transcurrida una década desde su liberación, ¿cuál es su perspectiva sobre el papel jugado por los prisioneros?
Esta perspectiva me confirma en dos consideraciones que hacíamos entonces y se han demostrado acertadas: la primera es que la salida de los presos es imprescindible para afianzar el proceso, y la segunda es que la decisión en esta materia debe ser asumida por el movimiento político y no por los presos.
En Irlanda no hubo una amnistía, sino una excarcelación paulatina basada en el análisis de la situación concreta de cada preso. ¿Planteó problemas ese esquema de trabajo?
En general no, aunque hubo presos que no estuvieron de acuerdo, no tanto con la modalidad de excarcelación como con el proceso de paz en su conjunto. Una parte de los presos no estaba de acuerdo con el proceso y fue necesaria una profunda labor de convencimiento.
¿El hecho de que los presos republicanos estuvieran agrupados facilitó esa labor?
Creo que hubiera sido mucho más difícil hacer ese camino con los presos lejos de casa y separados en distintas cárceles. El que estuviéramos en Long Kesh y gozáramos de libertad para organizar nuestra vida cotidiana en la prisión fue fundamental, y favoreció al mismo tiempo a que pudiéramos nutrirnos de las opiniones del exterior.
Recibieron visitas de personalidades como la ya fallecida secretaria de Estado británica para Irlanda del Norte, Mo Mowlan. ¿Hubo quizás otros contactos de alto nivel que no fueron tan publicitados?
Yo remarcaría, por su importancia, la visita de un representante gubernamental del ANC sudafricano al que Londres autorizó a entrevistarse con nosotros para transmitirnos la experiencia de su país sobre la salida de los presos en el marco de un proceso de solución. Eso es algo en lo que quiero insistir: nosotros no negociamos nuestra liberación, eso hubiera sido un error, porque habría focalizado en nosotros el proceso. Nuestra decisión fue buena porque asentó la percepción de la sociedad, y en todas las partes en el conflicto, de que no podía avanzarse con presos en las cárceles. Por otra parte, creo que la dirección política acertó al abordar esta cuestión con un criterio práctico, dando prioridad al proceso y sin generar expectativas excesivas sobre nuestra liberación.
La liberación de los presos no fue inmediata...
El IRA proclamó el alto el fuego en 1994 y hasta firmados los Acuerdos de Viernes Santo, en 1998, no empezaron a salir los presos. Esos cuatro años, con un proceso en marcha en la calle, se hacen muy largos en prisión.
Una comisión independiente fue la encargada de determinar el calendario de excarcelación. ¿Cómo actuó esa instancia?
La comisión, presidida por el sudafricano Brian Currin, examinó cada caso y decidió qué presos y cuándo debían ser liberados. Los presos que tenían cumplido un tercio de la condena fueron los primeros en poder solicitar la libertad a la comisión, y solo más tarde se decidió que todos los presos serían excarcelados en un plazo máximo de dos años.
Salieron en libertad condicional. ¿Planteó ello problemas en el colectivo de presos?
No hubo problemas mayores porque esa comisión independiente garantizó que no habría discriminaciones.
¿Debieron asumir ustedes otro tipo de condiciones, relativas a la lucha que les llevó a prisión, para poder salir en libertad?
Debimos firmar un documento que decía que éramos miembros de una organización armada que estaba en alto el fuego y que, por ello, nuestra libertad se condicionaba a que esa organización no volviera a la campaña militar. Por lo tanto los presos podían ser devueltos a la cárcel si el IRA rompía el alto el fuego. Eso, de hecho, ha ocurrido en unos pocos casos. Hoy hay unos pocos presos en las cárceles, que están en contra del proceso de paz, pero para los que pedimos igualmente un trato penitenciario digno y respetuoso.
¿Es difícil dejar a un lado la demanda de amnistía?
No cuando se hace una lectura certera de la situación y se comprenden varias cosas. Una, que la legislación y las instituciones internacionales, como la ONU, denostan hoy las medidas de amnistía porque han servido en el pasado para echar tierra sobre crímenes de guerra. Y dos, que los británicos no estaban preparados para asumir una salida colectiva de los presos.
¿Sintieron miedo de perder su identidad como colectivo?
El proceso individualizado no causó demasiados problemas, ya que teníamos la garantía de que esa comisión independiente decidía sobre el colectivo, aunque actuara caso a caso.
Uno de los motores de los Acuerdos de Viernes Santo fue el valor de la igualdad. ¿La actual crisis económica puede abocar indirectamente a retrocesos?
La igualdad es la esencia de ese compromiso. La crisis global se hace sentir en nuestro país, por más que la Asamblea de Stormont se emplee a fondo para preservar a los más débiles de los obligados recortes. No disponemos de política fiscal autónoma. Eso es un hándicap, pero la justicia es la prioridad con mayúsculas para Sinn Féin.
¿El hecho de compartir tareas políticas con el unionismo ha permitido avanzar en la sensibilización sobre las víctimas?
Sigue imperando una jerarquización de las víctimas. Arriba están las causadas por el IRA y abajo las causadas por el Estado. Reclamamos una comisión internacional de la verdad que no solo mire a víctimas individuales sino a las causas del conflicto y a los factores que llevaron a su alargamiento. Londres no quiere esa comisión, lo que ha obligado a llevar a cabo iniciativas independientes –Bloody Sunday, muerte de civiles en una marcha por derechos civiles...–. Se han dado avances, pero el hecho de que no haya una comisión impide dar la dimensión real sobre lo hecho por el Ejército y sobre la guerra sucia llevada a cabo por los paramilitares lealistas en Irlanda.
Pese a esa actitud estatal, ¿sigue siendo importante para avanzar el reconocimiento del dolor causado?
Absolutamente. El IRA reconoció el daño causado a las víctimas. Ha declarado incluso su disposición a dar datos sobre acciones, pero el hecho de que no haya una comisión independiente que proteja esos testimonios dificulta las cosas.
¿Hay pasos discretos?
El IRA ha adoptado ya iniciativas para permitir a familias de personas a las que mató y luego hizo desaparecer recuperar sus restos y enterrarlos dignamente.
Recordando las palabras de su compañero de prisión Bobby Sands, ¿sus hijos tienen hoy razones para sonreír?
Crecí con 30.000 soldados en las calles y en una comunidad enjaulada. Mi hijo no ha conocido la discriminación ni será, como era yo, un ciudadano de segunda. Ha habido un cambio profundo, de paisaje y de mentalidad. M.U. - C.S.