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El guardia civil quedó trastornado siete años antes de la simulación

Salvador Meléndez, el agente de la guardia civil que fingió haber sido víctima de un atentado en Leitza, fue juzgado ayer por simulación de delito y alteración del orden público. La petición de penas fue baja, ya que la fiscal admite que padecía de una afección mental, que se desató cuando murió en sus brazos su compañero Juan Carlos Beiro por una pancarta bomba.

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Aritz INTXUSTA | IRUÑEA

El guardia civil que simuló haber sido víctima de un atentado en Leitza en 2009, Salvador Meléndez, afirmó ayer en el juicio que lo hizo afectado por el atentado en el que murió su compañero Juan Carlos Beiro, siete años atrás. El agente se encuentra actualmente de baja y será expulsado de la Guardia Civil en cuanto la juez dé por probados los hechos, independientemente de la pena que, en todo caso, no superaría los ocho meses de prisión y una multa.

Después de que Meléndez confesara en abril de 2010, el juicio se convirtió en un mero trámite. De hecho, para muchos fue una sorpresa que se celebrara la vista y no se llegara a un acuerdo entre la defensa y la única acusación, la de la Fiscalía. El desarrollo fue rutinario, con el único puesto en el testimonio del agente. Meléndez testificó descompuesto, pidiendo perdón una y otra vez a la gente por las molestias que pudo causar. Tanto fue así que su abogado defensor solicitó que se le permitiera ausentarse de la sala. Sin embargo, el acusado se negó a salir y decidió emplear su derecho a la última palabra. De nuevo fue para pedir perdón a sus compañeros y «al pueblo de Leitza».

Ninguna de las declaraciones de los diez guardias civiles que testificaron añadieron nada a la versión ofrecida hasta ahora, aunque sí emergieron algunos detalles. Por ejemplo, el guardia salió ese día a pasear con su perro y el cetme. Los disparos que se escucharon, por tanto, los habría hecho él con su arma larga. Más curioso aún resulta que la pistola con la que se autolesionó en el antebrazo perteneciera a un compañero. Sin embargo, como la fiscal dio por buena la instrucción, ni siquiera llamó a declarar al propietario del arma, sino que únicamente testificaron los agentes que escucharon el tiroteo y participaron en el rescate, así como los instructores del caso. La fiscal tampoco preguntó si alguno sospechó de las intenciones de Meléndez cuando salió a pasear con el perro a las dos de la madrugada y con mal tiempo (el agente llevaba el traje de agua puesto).

Por todo ello, los interrogatorios se dirigieron a determinar cuál era la gradación de los hechos que se le imputan: simulación de delito y alteración del orden público. Por un lado, la fiscal se centró en demostrar que el despliegue policial fue muy importante, dado que se llamó incluso a los Tedax para desactivar el montaje burdo con el que Meléndez confesó haber simulado una bomba con el tuperware en el que daba de comer a su perro, junto al que colocó unos tubos de pvc a modo de falsa lanzadera.

De forma paralela, se trató de determinar hasta qué punto era consciente de lo que estaba haciendo y cuáles eran sus intenciones. El abogado defensor, Eduardo Ruiz de Erenchun lanzó la hipótesis de que podría ser una especie de intento de suicidio, ya que las declaraciones del acusado fueron confusas.

Solicitó regresar a Leitza

El sicólogo forense que se entrevistó con Meléndez, dijo que quedó muy afectado desde que Beiro murió en sus brazos. El agente, en su testimonio, declaró que siempre se sintió «culpable» por no haber sido él quien muriera con la pancarta bomba. Sin embargo, el forense señaló que su cuadro no encajaba con el shock postraumático. Afianzó esta conclusión en el hecho de que, después de la muerte de Beiro, Meléndez fue enviado a su tierra, Málaga, pero pidió ser devuelto a Leitza en menos de una semana. El doctor señaló que esto no concuerda con el principio de «evitación» propio de este tipo de shock.

Sí que consta en el sumario que Meléndez acudió en estos años a sicólogos tanto del cuerpo como civiles. De hecho, se le llegó a medicar y él se saltó el tratamiento. «No sé si el hecho de que se te muera tu compañero en los brazos y te quieras reincorporar en unos días tiene un nombre médico concreto, pero me da igual», subrayó la defensa. Por su parte, el perito forense sumó a esta afección mental una «personalidad histriónica» y lo calificó como un mentiroso patológico que necesitaba ser el centro de atención.

Otro detalle relevante que emergió durante el juicio fue el momento exacto en el que se descartó que fuera un atentado. Fue justo al amanecer, en cuanto los Tedax comprobaron los supuestos explosivos. El desmentido, sin embargo, tardó bastante en llegar.

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