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Crónica | Despedida al abogado y escritor Artemio Zarco

El gran hombre que le estampó una señora bofetada al inspector fraile

Puede que el título resulte algo extraño para comenzar la crónica de una despedida; pero a artemio zarco seguramente le hubiera divertido, no en vano fue uno de los hechos de su intensa vida de los que más orgulloso se mostraba. En ambiente universitario y con el auditorio repleto, anoche se le homenajeó con música, palabras y cariño.

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Amaia EREÑAGA

Ejemplares de algunos de los libros que escribió recibían en la entrada a quienes acudían ayer por la tarde al homenaje a Artemio Zarco, en el aulario del edificio Ignacio María Barriola, en el Campus de Gipuzkoa. Su objetivo era que se los llevaran a casa. Dentro -y fuera, porque no todo el mundo pudo entrar-, estaba su nutrida familia arropando a su mujer Pepita -«fue un patriarca del siglo XXI», dijo el abogado Miguel Castell-, muchos amigos, compañeros en el ejercicio de la abogacía y de su vida política, lectores -alguno mandó flores-, gente de la cultura y del periodismo... Era una demostración palpable de que el abogado, escritor y columnista Artemio Zarco (Donostia, 1930-3 de enero de 2012) pasó por la vida dejando una huella indeleble.

Hombre heterodoxo «que era la disidencia hecha carne», en palabras de su propia familia, Artemio Zarco era hijo de un carpintero anarquista andaluz, muerto en el frente del Gorbea, y de una cigarrera donostiarra. De su amor por el castellano, por su padre; al euskara, que se le resistía, por parte materna, y al francés, que mamó en el exilio durante la guerra, se habló en una despedida donde hubo humor, socarrón y elegante como él practicaba -sus columnas en Zazpika durante once años eran una lección de saber decir las cosas- y recuerdos hacia su vida y sus hechos. El más recurrente, quizás, y del que él reconocía sentirse más orgulloso lo relataban ayer de nuevo. Aquí en sus propias palabras, en una entrevista publicada en 2005: «El inspector de Policía Valentín Fraile, que como represalia a determinada actuación profesional me detuvo, me llevó a comisaría y me soltó una bofetada bajo la atenta mirada de otros policías. Le respondí con otra bofetada más enérgica y, como era un alfeñique, le bajé del escalón donde estaba, me lancé a su cuello para estrangularlo, nos separaron, pasé la noche entre barrotes y al salir, con el rencor que me caracteriza, le puse una querella por detención ilegal. Resultó condenado».

Artemio Zarco, aunque de baja estatura, se volvía grande para lugar contra el Poder, con mayúscula. De su faceta como abogado habló el decano de la Facultad de Derecho de la UPV, Javier Quel -«necesitamos muchos Artemios Zarco; él siempre será un ejemplo como abogado y hombre de bien»-, y como amigo, entre otros, Miguel Castells, quien no pudo evitar reprimir la emoción... ni el aluvión de recuerdos. Amigos desde pequeños, los dos abogados consiguieron «huir» de la llamada de Dios y de los jesuítas, e iniciaron una vida profesional comprometida políticamente.

El exilio de Zarco tras la muerte en 1968 de Melitón Manzanas -a Artemio el Gobernador Civil se le tenía jurada, dijo Castells, por todo lo que hacía, hasta por ser hijo de Diego el anarquista-, el Proceso de Burgos, su trabajo con los presos antifranquistas, la llegada de los extrañados a la Marcha de la Libertad, su denuncia de la injusticia hasta el final... la vida de Artemio Zarco es como un resumen de la historia reciente de este país. Aquella conversación con Oteiza, su amistad con Paco Ibáñez -quien le dedicó ayer sus canciones preferidas-, su faceta de pintor y de escritor -el traductor Josu Zabaleta llamó ayer a releer sus obras, en las que hay «una crítica despiadada al poder con el humor como arma y una ternura sin límites para con el débil»-... solo son algunas pinceladas. Poco espacio para una vida tan fecunda. Lástima solo una cosa: que no escribió sus memorias.

 

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