Patxi López aprovechó el encuentro que mantuvo con altos cargos de Lakua para insistir en que tiene intención de agotar la legislatura, a pesar de las críticas recibidas desde lo que calificó como «oposición nacionalista». De esta forma, el mandatario autonómico pretendía cerrar un debate que se ha avivado en los últimos meses pero que, en realidad, se abrió nada más comenzar la legislatura. Antes incluso, puesto que el actual Ejecutivo tiene su origen en unas elecciones fraudulentas, en las que una parte de la ciudadanía no pudo votar con papeletas legales.

Es por ese motivo por el que a su gabinete le ha acompañado siempre una indeleble sensación de interinidad, porque una parte muy importante de la sociedad nunca lo ha tenido, ni lo tiene, por un lehendakari legítimo. Así, el principal problema que tiene el líder del PSE no son las críticas que le puedan llegar desde la oposición de un Parlamento trucado, sino la constatación de que no representa a la mayoría de los ciudadanos sobre los que gobierna. Si los comicios que lo auparon a Ajuria Enea se hubieran celebrado con todas las garantías democráticas, él formaría parte de esa oposición a la que ahora reprocha hacer profecías fallidas o, quizá, de un gobierno liderado por otro partido.

Es cierto que mientras el PP no le retire su apoyo podrá continuar al frente del Ejecutivo, y es posible que lo haga hasta que concluya la legislatura, entre otras cosas porque, en este momento, el partido de Antonio Basagoiti no gana nada dejándolo caer -le basta con marcarlo de cerca- y sí puede sacar réditos del desgaste de su socio y adversario político. Porque, además de acceder al gobierno de manera ilícita, el PSE no ha aprovechado la circunstancia para asumir una posición de liderazgo ante la sociedad. Tanto en el ámbito estrictamente político como en el económico, la gestión de López ha dejado mucho que desear y es rechazada por la ciudadanía. Por eso, aunque agote el mandato, todo el mundo habla ya en pasado de su Gobierno.