Universal Pictures: cien años girando alrededor del planeta
El 30 de abril de 1912, Universal Film Manufacturing Company firmó su Acta de Constitución en Nuevas York y, tres años más tarde, Carl Laemmle inauguró en California Universal City. Cien años después, este poderoso emporio cinematográfico celebra su redondo aniversario con la restauración de trece clásicos de su filmografía y la presentación de un nuevo logo. Una buena excusa para adentrarnos en esta fábrica de sueños.
Koldo LANDALUZE
El nacimiento de los estudios Universal Picture no difiere en mucho al del resto de fábricas de sueños que se instalaron en la soleada California cuando el cine no era más que una atracción de feria cuyo futuro resultaba tan incierto como atractivo. Pero antes de aquel momento determinante en el que Hollywood comenzó a tomar forma definitiva y la gente comenzaba a soñar en masa con aquel imaginario mudo y en blanco y negro, la Universal tenía otro nombre que hacía juego con los propósitos de barraca de feria a los que parecía abocado el cine: Yankee Film Company.
Esta empresa fue creada en el año 1909 por Carl Laemmle, un inmigrante de origen alsaciano que tras desembarcar en la Tierra de Promisión, creó unos muy rentables almacenes de ropa. Laemmle -judío, al igual que la mayoría de los grandes potentados del cine- fue seducido por este «invento» en el año 1905 cuando descubrió los nikelodeon (sala destinada exclusivamente para el cine) en el transcurso de un viaje a Chicago y no dudó en aplicar su máxima comercial a la hora de intentar sacar el mayor rédito posible a su futuro negocio. Para tal fin, solicitó la ayuda de varios socios: los hermanos Abe y Julius Stern, Pat Powers y Adam Weasel, los cuales y a medida que fueron aumentando progresivamente los beneficios, fueron despachados por Laemmle.
Dos factores provocaron que Laemmle se convirtiera en un referente, en un visionario mercantil: «burló» la patente según la cual Thomas Alba Edison pretendía gobernar a su antojo la franquicia del kinetoscope y creó la figura que hoy se conoce por star-system. El propietario de la Universal Picture fue consciente del encanto que emanaba de aquellas primeras estrellas del firmamento hollywoodense, comprobó el alto grado de hipnosis que estas ejercían en el patio de butacas y maniató a sus estrellas de cine mediante contratos mefistofélicos que garantizaban la exclusividad del artista con su estudio.
Laemmle fue uno de los pioneros a la hora de cimentar las bases de Hollywood y, alejado del gobierno que Edison mantenía en la costa Este, fundó en los territorios de California una ciudad que bautizó como Universal City. La principal singularidad de esta urbe, que distaba varios kilómetros de una pequeña localidad llamada Los Ángeles y que incluso tenía su propio alcalde, Policía y servicios médicos, consistió en que en ella habitaba todo el plantel que participaba en sus producciones: actores, maquilladoras, directores, electricistas, guionistas...
Curiosamente, y al contrario de lo que podría parecer esta experiencia visionaria, Laemmle nunca se mostró como un empresario dispuesto a exprimir al máximo las posibilidades de su negocio; nunca invirtió una cuantía monetaria que pusiera en riesgo sus cuentas y, al contrario de sus competidores, no compró salas de cine para exhibir sus películas. Por ese motivo se especializó en westerns, seriales y melodramas folletinescos de bajo presupuesto que relegaron a la Universal a un grado de segunda división. Para colmo de males, tampoco vio las posibilidades de un joven y prometedor productor llamado Irving Thalberg, el cual, aburrido de las precarias condiciones laborales y creativas de la Universal, no dudó en firmar un contrato con Louis B. Mayer que lo ligaba a su poderoso estudio Metro-Goldwyn-Mayer.
En el año 1928, Laemmle regaló el estudio a su hijo Carl Laemmle Jr. y este dio un giro completo a la empresa cuando decidió apostar por producciones de mayor riesgo y presupuesto. De la renovada factoría salieron proyectos como el musical «Show Boat» (1929) -una de las primeras películas habladas de la Universal-, «El rey del jazz» (1930) -otro musical que ha pasado a la historia por ser el primero en el que se aplicó el technicolor en una escena-, «Sin novedad en el frente» (1930) e «Imitación a la vida» (1934). Pero, fue sin duda la gran apuesta que Laemmle Jr. hizo por el cine fantástico la que le reportaría mayor celebridad a la Universal y de esta manera, Frankenstein, Drácula, el Hombre Lobo, la momia y todo tipo de criaturas imposibles encontraron su particular habitáculo en estos estudios.
Un novedoso terror
Gracias a la pericia del gran James Whale, películas como «Frankenstein» (1931) y, sobre todo «La novia de Frankenstein» (1935), el cine de terror adquirió un estilo novedoso que lo alejaba del susto fácil y convirtió a la criatura del doctor Frankenstein -encarnada por Boris Karloff- en una imagen iconográfica. De esta época también data la célebre versión que Tod Browning llevó acabo del clásico literario de Bram Stoker «Drácula», en la que el húngaro Bela Lugosi sería vampirizado para siempre por su propia creación.
En el año 1935 ocurrió otro episodio crucial: Lammmle Jr. apostó muy fuerte en el remake de «Show Boat» y los malos resultados que cosechó esta producción provocaron que los bancos, cual Bela Lugosi, afilaran sus colmillos y se lanzaran directos a la yugular del empresario. Incapaz de hacer frente a sus deudas, el presidente de la Universal tuvo que hipotecar su amado estudio de cine. Sin el gobierno de los Laemmle, la Universal inició un recorrido incierto que le llevó a producir películas de muy bajo presupuesto y que solo el relativo éxito que cosechaban las películas protagonizadas por una cantante adolescente llamada Deanna Durbin o por dúo cómico Abbott y Costello, o la calidad de obras como «Al servicio de las damas» -dirigida por Gregory La Cava en el año 36- impidieron su desaparición. En el año 45 se abrió una nueva etapa con la entrada del productor británico J. Arthur Rank y el acuerdo que este firmó con el fundador de la International Pictures, William Goetz, lo que dio como resultado la Universal International Pictures. Películas como «Forajidos» (1946), de Robert Siodmark; «El huevo y yo» (1947), de Chester Erskine y «La ciudad desnuda» (1948), de Jules Dassin cimentaron la fortaleza de esta unión que vio acrecentado su poder con el final de la tiránica ley que ligaba a los actores a sus estudios. Los fichajes de James Stewart, Doris Day, Lana Turner y Cary Grant, para que protagonizaran diversas producciones, dieron un nuevo brío a una compañía que todavía permanecía apegada a su escasa valentía a la hora de invertir en películas de mayor empaque.
A finales de los 50, la compañía entró en crisis y la MCA decidió tomar las riendas de este barco sin rumbo fijo y con intención de aplicar la máxima de «si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él». La irrupción telúrica de la televisión puso contra la espada y la pared al medio cinematográfico. Asustados, muchos magnates del séptimo arte sufrieron una gran incertidumbre ante este revolucionario y novedoso invento doméstico con el que podía resultar muy difícil competir. En un intento por marcar todas sus cartas, la MCA creó su propio estudio televisivo, enriquecido por sus actores, directores y demás personal técnico. Fueron tiempos dorados para la Universal que coincidieron con la irrupción de un grupo de jóvenes directores dispuestos a mostrar su valía en un medio que requería de un nuevo estilo.
Exitoso «Golpe»
En los años 70, la Universal recaudaba unas suculentas cifras millonarias gracias a películas como «Aeropuerto» (1970), de George Seaton; «El golpe» (1973), de George Roy Hill y «American Graffiti» y «Tiburón», estas dos últimas firmadas por dos integrantes de aquella nueva hornada de cineastas que cambiaron por completo las directrices del séptimo arte, George Lucas y Steven Spielberg. Esta relación con su cineasta «estrella» -Spielberg- se vería refrendada en los 80 con su apuesta por «E.T.,el extraterrestre» y con la producción de «Regreso al futuro», un título filmado por un realizador que, desde entonces, ha sido señalado como alumno aventajado de Spielberg; Robert Zemeckis.
Desde ese instante, la Universal ha perseverado en su empeño por mantenerse entre las grandes empresas de la industria y ha provocado que el espectador, en cuanto se apaguen las luces de la sala, identifique de inmediato la iconográfica secuencia de un planeta que gira y es rodeado por la palabra Universal. A partir de esta secuencia, el espectador ha sido partícipe de infinidad de sueños compartidos que han permanecido para siempre en nuestra retina del recuerdo. «Matar a un ruiseñor», «Los pájaros», «Memorias de Africa», «La lista de Schindler» o «Confidencias a medianoche» son algunos de estos fragmentos de celuloide que componen este imaginario en cuya construcción participaron y participan cineastas como Steven Spielberg, Alfred Hitchcock, James Whale, Spike Lee, Peter Jackson, Judd Apatow o Martin Scorsese.
Siguiendo las pautas que dictan el mercado, este estudio centenario prosigue su viaje a través de un medio siempre condenado a desaparecer y siempre renacido, y que tendrá su punto álgido en esta celebración con la presencia de su nuevo logo engalanando el estreno de «El Lórax: en busca de la trúfula perdida» -una película de animación tridimensional basada en la novela del genial Dr. Seuss- y en la restauración de trece clásicos, entre los que se incluyen «Matar a un ruiseñor», «Tiburón», «Frankenstein», «Memorias de Africa» o «El golpe».
Web del centenario: http://Universal100th.com
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En su primera propuesta «Duel: el diablo sobre ruedas» (1971) -un telefilme cuya calidad propició que fuera estrenada en las salas comerciales-, Spielberg expuso las bases que cimentarían su futuro y apoteósico éxito. El futuro «Rey Midas de Hollywood» supo sacar todo el rédito posible a la insinuación y, sobre todo, a una pericia técnica fresca y dinámica que adquirió una dimensión novedosa en su segunda experiencia cinematográfica tras «Loca evasión»: «Tiburón».
Basada en una novela de Peter Blenchey, la película se convirtió en la más taquillera de todos los tiempos hasta la irrupción de George Lucas y su «Star Wars». Desde aquel 20 de junio de 1975 en que se estrenó el filme, las playas de todo el mundo se transformaron en un lugar inseguro para multitud de bañistas que, sacudidos por lo visto en la pantalla, no osaban abandonar la orilla de las playas, amparados en la excusa del «por si acaso...», y oteaban el horizonte en busca de una siniestra aleta que nunca emergió de las profundidades marinas.
En un alarde de genialidad, aquel joven cineasta llamado Spielberg delegó en el espectador el terror insinuado que provocaba la mera presencia de una aleta de juguete acompañada por la magistral banda sonora de John Williams y, desde aquel día, sentimos un sobresalto cada vez que algo nos roza levemente en una pierna mientras nadamos plácidamente en un mar azul y luminoso que Spielberg transformó en escenario de pesadilla. K. L.