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Josu Iraeta Escritor

Tocar suelo o volar bajo

Tras referirse a las sensaciones y recuerdos que le dejó la manifestación del pasado 7 de enero en Bilbo y mencionar una conversación en torno a la misma, Iraeta se propone adentrarse en un «terreno resbaladizo» como es analizar las razones del comportamiento de los medios de comunicación que tratan más de seducir que de informar al público.

Fue un empleado de la gasolinera más próxima a mi domicilio, el que mientras llenaba el depósito me dijo: «Josu, ze argazki ederra atzokoa» (qué hermosa fotografía la de ayer, Josu). Dicho esto, añadió que llevaba toda la mañana escuchando la radio, en la que requerían su opinión sobre la manifestación celebrada en Bilbo, a diferentes portavoces del PP-PSOE y PNV, coincidiendo todos ellos en que: ese no es el camino, la mayoría no estaba en Bilbo, primero que pidan perdón, etc. Quizá no encontraron a nadie que tuviera otra opinión, qué pena.

Cuando le dí la tarjeta para que cobrara, terminó diciendo: «les ha dolido, eso quiere decir que vamos bien».

Tenía razón el empleado de la gasolinera. A pesar de las muchas experiencias a lo largo de los años, tengo que decir que lo que se vivió el pasado día siete en Bilbo fue hermoso. Me hizo recordar lo que sentí, rodeado de una increíble multitud, llevando el féretro de mi amigo y compañero Santi Brouard. Para mí aquello fue algo muy fuerte, pero lo del pasado domingo también fue verdaderamente hermoso. ¡Y todo en defensa de los derechos de los presos políticos vascos! Si en Madrid algún día convocan a la mitad de manifestantes, tardarán días en contar las decenas de millones congregados.

Esta pequeña conversación en la gasolinera, nos muestra un claro ejemplo del malicioso e interesado trabajo de muchos de los medios de comunicación.

Este es un camino «jodido» porque entiendo que intentar analizar las razones del comportamiento de los medios de comunicación -pudiendo parecer hasta presuntuoso-, además, es un terreno resbaladizo y quizá hasta poco agradecido, pero esta vez voy a entrar.

Los prestigiosos medios de comunicación que diariamente nos ofrecen su trabajo, desempeñan con frecuencia un papel insidioso, presentando la actualidad como la norma, al modelar -con absoluta consciencia- las actitudes individuales.

Todo esto se complica en lo referente a las encuestas de «opinión». Las encuestas pretenden ofrecer una fotografía de opinión, pero también sabemos que las respuestas a los encuestadores dependen de cómo, dónde y cuándo están formuladas las preguntas. Del mismo modo, tanto la radio como la televisión dan opción a hablar a testigos u organizan «grupos de expertos seleccionados» que supuestamente expresan la diversidad de la opinión pública, sin ninguna garantía de representatividad.

La globalización complica aún más las cosas, porque trae consigo una multiplicación de las imágenes y los mensajes, y contribuye a la uniformización de la información, las referencias, preferencias y gustos.

Hoy, los medios de comunicación están permanentemente expuestos a la tentación de confundir el espacio público con el espacio «propio» del público. Un público al que tratan de seducir en vez de informar, invitándole.

Este público al que se quiere seducir en vez de informar, es invitado a consumir de forma pasiva las noticias, como si se tratara de una película o una serie de televisión. Las transformaciones sociales tienen mucho que ver con las nuevas formas de comunicación.

Es evidente e innegable la tremenda fascinación que sobre la sociedad ejerce la propagación instantánea de mensajes e imágenes. Se trata de un fenómeno que no podemos ignorar, y cuya importancia no se debe minimizar, pero siendo también conscientes de los peligros que conlleva.

Los ejemplos de manipulación de los medios son abundantes. Debemos ser conscientes de que se puede hacer decir a las imágenes lo que se quiera. Pero la cuestión es aún más compleja, y de hecho la globalización no facilita las cosas, porque no sólo «no vemos» lo que nos muestran, sino que la fuerza de las imágenes repetidas es tal que podemos ser llevados a admitir que las imágenes que nos imponen constituyen la propia historia, la pura y simple realidad.

Aunque no estemos de acuerdo con uno u otro comentarista, aunque tengamos reacciones «personales» ante lo que sucede en el mundo, tenemos la impresión de conocerlo, igual que a sus actores. Estamos cada vez más familiarizados con su situación y la evidencia contenida en las imágenes nos hace olvidar que en realidad no hemos visto nada, que se nos transmite poco y mal.

De la misma manera, creemos conocer a aquellos que nos gobiernan, porque reconocemos su imagen. El efecto perverso de los medios de comunicación -independientemente de la realidad y las intenciones de quienes los dirigen- es que nos enseñan a reconocer, a creer que conocemos, y no a conocer a aprender, ya que crea un mundo artificial con individuos reales. Y eso es tremendo.

Utiliza todos los recursos de la tecnología para ayudar a los espectadores a convertirse en el objeto de la mirada de los demás. Invita a su público a escribir correos electrónicos y SMS, a utilizar los ordenadores y los teléfonos móviles.

El reino de las imágenes y de los mensajes que circulan en todas direcciones y de forma instantánea refuerza la ideología del presente. Hoy las tecnologías compiten con las religiones y las filosofías, al recomponer el tiempo y el espacio. Los medios de comunicación estructuran nuestro tiempo. Han cambiado nuestra relación con el espacio y nos han impuesto mediante la fuerza de las imágenes una determinada idea de la belleza, de lo verdadero y del bien. También de lo habitual, de lo normal, de la norma, es decir, una cierta idea del consumo que no dejan de reproducir porque son, a su vez, bienes de consumo.

Todo esto nos muestra de forma inequívoca que son, en sí mismos, un poder totalitario. Es preciso enseñar, informar y formar, de modo que sea posible evitar la alienación que supone para quienes la toman al pie de la letra.

En mi opinión, más que deseable sería preciso enseñar a los jóvenes -incluso a los niños- a realizar películas y fotografías. Enseñarles también a realizar resúmenes y descripciones por escrito, a mover las imágenes y transformar el sentido que pueden adquirir.

Las dificultades de la escritura permiten apreciar mejor los matices de la lectura, pero desgraciadamente, ante los medios de comunicación más elaborados tecnológicamente no se adopta precaución alguna.

Cuando permitimos que los niños lean sin haberles enseñado también a escribir, lo que hacemos es anular toda posibilidad de poseer un espíritu crítico. De hecho, dejamos que «tomen» unos productos de cultura por realidades de la naturaleza y así conseguimos su alienación.

Recuerdo a un premio Nobel de física que en su día nos dijo aquello de que «la ciencia es una manera de enseñar cómo algo llega a saberse». Ahí está el tema. Qué es lo que no sabemos. En qué medida las cosas se saben, puesto que nada puede saberse de manera absoluta. Cómo manejar la duda y la incertidumbre. Cómo pensar acerca de las cosas de modo que puedan formarse juicios. Cómo distinguir la verdad del fraude, la verdad del espectáculo.

Me remito a la cabecera del artículo. Quienes están en condiciones de enseñar, si no pueden «tocar suelo», al menos deberían volar raso.

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