Arantza Eziolaza Galán | Familiar de un represaliado político vasco
Querida Blanca
Seguramente él estuviera esperando ahí, junto a la cama, a que decidieras hacer este último viaje para guiarte por esos caminos que ya conoce... Me siento complacida con la certeza de que no caminarás sola
Esta carta no llevará sello, ni tendré que echarla en ningún buzón, pero aun así, sé que la leerás, estoy segura de que mis palabras te llegarán y lo sé porque después de tantos años peleando, compartiendo la misma barricada, sobran las palabras, están tan claros los sentimientos que un simple gesto dice mucho más de lo que sentimos, de lo que pensamos, que cualquier rebuscado discurso.
Pero aun así, quiero que el aire que recorre los senderos de nuestro Pueblo, ese que tantas veces te ha enfriado las orejas mientras esperabas el autobús para ir a una mani o a una cárcel, el mismo que te obligara a sujetar con fuerza la pancarta para mantenerla estirada, para no perderla, te haga llegar esta carta. Este conjunto de sentimientos que hoy luchan por salir a fuera y convertirse en frases escritas que compartir con quienes sienten como yo este alejamiento. ¡Tantos alejamientos!
Recuerdo que el día que te conocí, venías con Iñaki a una bilera de familiares y me pareciste tan frágil... pero enseguida descubrí que eras fuerte como los robles de nuestra querida tierra; nada te detenía si creías que había que tirar hacia adelante; nada, porque sabías que entre todos conseguiríamos traerles a casa más tarde o más temprano. Has sido valiente, muy valiente.
¡Cuántas lágrimas habrán llorado tus ojos! ¡Cuántas soledades habrá guardado tu corazón! ¡Cuántas distancias! Y sin embargo siempre tenías una palabra de aliento, de esperanza para quien la necesitara. Y con ese genio que todos conocíamos, a veces nos regañabas porque caíamos en el pesimismo y nos recordabas que había que seguir sin tregua, que otros en la cárcel estaban peor y ahí seguían aguantando y dando cara a lo que les echaran encima.
Pero no todo fueron peleas, no; también, cuando tocaba, sabías relajar tu puño, siempre en alto, y enfundar el paraguas que en tus manos solía ser un objeto peligroso para quien se encontrase a tu lado, fuera amigo o enemigo, y cantar y bailar hasta que el cuerpo aguantase. Y el tuyo casi siempre aguantaba más que el de los demás, incluido el de los más jóvenes. ¡Qué cenas las del txoko de Urbina! Ese Territorio Independiente de Euskal Herria donde parecía que dejábamos de ser vulnerables y por unas horas, probablemente por efecto de la luna o de los aires que soplan en ese lugar especial de Araba, conseguíamos ser seres libres y soñábamos con la jaia que haríamos cuando todos estuvieran en casa y siempre terminábamos cantando la canción que tanto le gustaba a Inaki: «Del mar los vieron llegar mis hermanos emplumados, eran los hombres barbados de la profecía esperada. Se oyó la voz del monarca de que el Dios había llegado y les abrimos la puerta y les llamamos amigos...»
Decir Blanca era decir Inaki, siempre estaba presente en tus manos, en tus ojos, en tus palabras. Era tu bandera y la enarbolabas con orgullo, con coraje, con tanto coraje que a pesar de que creyeron haberlo arrancado de tu lado, fuiste capaz de mantenerlo entre nosotros, de hacer que continuase caminando a nuestro lado, a tu lado. Seguramente él estuviera esperando ahí, junto a la cama, a que decidieras hacer este último viaje para guiarte por esos caminos que ya conoce... Me siento complacida con la certeza de que no caminarás sola.
Me gustaría que todos supieran que tu puesto al pie del cañón, en la barricada que nos tocó defender, la de Senideak, ha sido imprescindible para llegar donde hemos llegado; que personas con tu fuerza y tu coraje, son las que consiguen romper las cadenas porque pelean empuñando el sable de la verdad, de la Justicia, sin detenerse a descansar, sin preocuparse por las heridas recibidas, acorazadas por la convicción de que hay que seguir luchando para cambiar el mundo.
Y te prometo que seguiremos peleando para traerlos a casa, que no nos rendiremos hasta conseguirlo, que seguiremos adelante, sin tregua, como tú nos enseñaste, y aunque te vamos a echar mucho de menos, como ya sabes, recogemos el testigo y con tu recuerdo siempre en el corazón continuamos la pelea.
La historia de este pueblo, tiene un capítulo muy importante, muy entrañable para todos nosotros que lleva tu nombre y nos hace sentir agradecidos y orgullosos por haber tenido el privilegio de pelear a tu lado.
Con todo mi cariño:
¡Hasta siempre y buen viaje compañera!