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Raimundo Fitero

Coach

El que no tiene un coach es porque no puede o porque es muy soberbio. Es el tiempo del coaching, de las ayudas personalizadas, del guía, maestro particular. Aunque sea televisado. Crecen los programas de esta índole. Crece el espectáculo televisivo en el que las personas desconocidas venden su alma al productor. Hasta Ignacio Wert, el poli-ministro de Educación, necesitaría un buen coach para no meter la pata hasta el corvejón citando un ensayo como si fuera un libro de texto con la única intención de que le cuadrara su argumentario demagógico para cambiar algo que les molestaba a los ultra-católicos, como era Educación para la Ciudadanía. Cosas del poder.

Pero ha empezado un programa de sexo, en donde se plantea todo como un asunto de coaching, es decir, de guía, enseñanza, complementariedad entre la intuición, el instinto y la ciencia. Una manera de ayuda televisada. Pero quizás, el programa donde el coach adquiere un valor excepcional es «Hermano mayor», en el que se acerca a casos de jóvenes conflictivos. Jóvenes, de ambo sexos, que muestran una violencia inusitada contra su progenitores, casi siempre con mayor énfasis con las madres, y todavía más, si esas madres, por las razones que sean, han debido criarlos en solitario, es decir, haciendo de madre cariñosa las horas pares y de padre que reprende en las impares.

Pedro García Aguado tiene antecedentes de triunfador, de haber pasado por duras situaciones personales de esas que marcan y por haberlas superado, atesora una especie de imán para atraer a los casos más espectaculares. Hemos visto trozos de uno, un desquiciado, que acaba siendo parado cuando iba a agredir a su madre, revolcándose los dos, el muchacho y el coach, por la tierra, en unas escenas que impresionan, pero que a la vez nos dejan con mal cuerpo. ¿Dónde está el límite? ¿Son escenas orgánicas, naturales o fabricadas, inducidas, guionizadas, a modo de docudrama? El salir en estas condiciones por la tele, en abrir su vida privada al público en general, ¿es bueno o malo para su recuperación o retorno a una supuesta normalidad de esos jóvenes? ¿No pueden quedar estigmatizados de por vida?

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