La victoria amarga de un perdedor nato
Ramón SOLA
Rubalcaba suma y sigue en el PSOE, pero lo que queda es poco más de la sombra del mito que ha sido para los suyos durante muchos años. La victoria pírrica sobre Carme Chacón en un Congreso al que llegaba con el apoyo del aparato y de la mayor referencia histórica del partido -Felipe González- confirma que los delegados se han limitado a preferir lo malo conocido a lo dudoso por conocer. O, dicho de otro modo, han optado por esa máxima que reza que en tiempos de crisis es mejor no hacer mudanza.
Es probable que el propio Rubalcaba haya aceptado su continuidad como una penitencia. Dicen que fue González quien le hizo ver antes de las elecciones del 20N que si pasaba de los 140 diputados tendría que seguir porque sería un buen resultado para el PSOE, pero que si bajaba de los 120 también debería continuar para sujetar al partido. El resultado fue bastante peor aún de lo que preveía Felipe: 110 diputados y menos de siete millones de votos. Bastante peor para el PSOE, pero paradójicamente bastante mejor para la continuidad de Rubalcaba.
El exministro de Interior ha ganado perdiendo, y probablemente también ha perdido ganando. Se convierte en el cuarto secretario general del PSOE -tras González, Almunia y Zapatero- pero con muy poco crédito. Su figura está lastrada por la crisis del partido que él mismo ha contribuido a crear, por su edad, por su historias, por las filias y fobias que genera y, sobre todo, por la falta de alternativa que encarna. El discurso de la mañana confirmó que Rubalcaba no tiene más plan que esperar un rápido desgaste del PP. Resultó elocuente que la promesa más novedosa y ovacionada de su discurso fuera una cuestión tan colateral como renegociar la relación entre el Estado y el Vaticano. Eso, y esperar a que la crisis erosione a Rajoy más pronto que tarde.
Todo el aura de Rubalcaba (el maquiavélico, el encantador de serpientes, el ganador...) se ha perdido por el camino en estos años de derrota en derrota. En los 90, González le encomendó poner freno a la sangría que provocaban los escándalos de la corrupción y los GAL: Rubalcaba negó lo innegable, pero el PSOE perdió el Gobierno y él pasó casi al olvido. Resucitó en 2004, con una victoria electoral cuyo mérito se le atribuyó de forma indebida: fueron Aznar, Acebes y compañía quienes se hicieron el harakiri tratando de imputar a ETA el atentado del 11M (Rubalcaba solo señaló lo obvio).
Entre medio apostó -y siempre perdió- por Almunia frente a Borrell, por Bono frente a Zapatero, por Jiménez frente a Gómez en Madrid... Todas las derrotas se le perdonaron, o bien quedaron camufladas en ese aura inquietante apoyada más en conspiraciones de pasillos y novelas periodísticas que en acciones públicas y hechos reales.
En Rubalcaba, el personaje siempre ha estado por encima del político, la leyenda por encima de la realidad. Un efecto que contaminó también a la opinión pública vasca en 2006, cuando su llegada al Ministerio del Interior fue acogida como una esperanza. Pero Rubalcaba solo contribuyó a pudrir aquel proceso. Y después hizo otra de sus clásicas apuestas fallidas al intentar, por enésima vez, estrangular a la izquierda abertzale con su famoso «o bombas o votos», que en realidad camuflaba otro plan: «acabaré con las bombas y os dejaré sin votos». Los independentistas supieron leer y desactivar esa estrategia. Rubalcaba perdió la iniciativa y el control de la situación en Euskal Herria, y así es como ha llegado a las elecciones de 2011 sin poder rentabilizar siquiera el hecho objetivo de que ETA ha dejado definitivamente la lucha armada mientras él era ministro del Interior. Y es que Rubalcaba sabe mejor que nadie que no ha sido protagonista de ese hecho. Quizás por ello, en los últimos días ha llegado a hacer una «declaración de amor político» (sic) a Patxi López, a quien parece querer traspasar ese legado. Y ya se especula con que en la cabeza de Rubalcaba bulle la idea de dedicarse a reflotar al PSOE mientras prepara al inquilino de Ajuria Enea para aspirar en el futuro a La Moncloa.
Visto desde Euskal Herria parece una broma, pero no es menos gracioso que constatar que el PSOE acaba de encomendarse al candidato con el que ha sufrido la mayor derrota electoral de su historia.