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Antonio Alvarez-Solís | Periodista

Necesidad del nacionalismo

He leído los «diez mandamientos» que, en su malograda pretensión de gobernar el PSOE, la Sra. Chacón había publicado para recuperar social y económicamente a la sociedad en crisis. En la introducción al decálogo, la Sra. Chacón invitaba a sus correligionarios a restaurar el espacio público a modo de palanca para impulsar el resurgimiento. Hay en ese prólogo una indiscutible intención que trasuda en algunos momentos la olvidada tradición socialista, como cuando dice que el «Banco Central Europeo podría prestar a institutos oficiales y nos ahorraríamos esta renta de intermediación de la que se apropia el sistema financiero». Estamos, pues, ante una oferta de gobierno que podría forzar cierta recuperación atendible y urgente.

Sin embargo, me parece que todos estos propósitos democráticos de la exministra, que quizá constituya la propuesta más atendible de las que surgen en el marco de la política de un Madrid reaccionario, no poseen un impulso auténticamente oxigenante para la sociedad. Carece ese decálogo de la parte política esencial, que consiste en la conquista del escenario social por parte del pueblo, el único capaz de la tarea democratizadora. Sin esa conquista, que arrumbe enérgicamente las instituciones actuales, penetradas y corrompidas por el poder oligárquico en el que se turnan la derecha y el PSOE, ningún decálogo corrector del presente funcionará; es más, será absorbido apenas inicie su funcionamiento. Hay que buscar, pues, el contrapoder que alumbre el nuevo modelo de sociedad en que el total de la economía, pues ahora eso es lo que nos atosiga, nazca de las necesidades reales de la calle y contribuya al funcionamiento del nuevo ciudadano investido de su calidad de tal.

Creo firmemente que el contrapoder que construya la nueva cotidianeidad está en el nacionalismo entendido como la libertad de los pueblos para ser ellos mismos, superando las determinantes instituciones estatales e internacionales que maneja el sistema presente. En este sentido, es razonable afirmar que ese nacionalismo con capacidad revolucionaria está hoy vivo en las naciones no contaminadas por la mecánica estatal. En el marco de estas naciones sometidas políticamente es donde se conserva de modo activo, por el fondo sustancialmente popular de su lucha, la voluntad democrática de la libertad plenamente entendida, lo que equivale a decir que se conserva sin deterioro la óptica para proponer, entre otras cosas, un sistema económico totalmente diferente en que se prime lo colectivo y sea posible un entendimiento de otra forma de existencia. No podemos olvidar que de la crisis actual no se sale mediante retoques económicos sino merced a una construcción política integral de signo opuesto a la dominante.

El nacionalismo de esas naciones que no pueden ejercer su soberanía produce una pedagogía social muy valiosa y progresista en todos los órdenes de la existencia por lo que tiene precisamente de liberadora. Son nacionalismos que reúnen a la viva voluntad colectiva del cambio el deseo individual de acomodarse enérgicamente en el interior de ese cambio. La democracia constituye en ellos, por su necesidad, una certeza. Al fin y al cabo el nacionalismo de que tratamos no libera a unas minorías sino a una nación.

En este sentido, sería bueno que los socialdemócratas tomaran conciencia de este fenómeno nacionalista para lograr, apoyándose en él y fomentándolo, la recuperación de socialismo, o lo que es igual, para producir ese reforzamiento de lo público de que habla, cum grano salis, la Sra. Chacón. Dudo mucho que un socialismo que se precie de tal pueda funcionar si no es en alianza con las naciones oprimidas, uno de cuyos perfiles más notables es la lucha por la socialización del poder, que nace de la calle y exige la conservación de esa calle como fijador del futuro. En la voluntad de liberación que supone un verdadero socialismo está la liberación de los pueblos. Todo lo que no constituya la asunción de esta postura finalista ni es socialismo ni tampoco es nacionalismo digno de tal nombre. Las mixturas -y no hablo de ciertos compromisos situacionales- suelen destrozar a la parte que se enfrenta al Estado y a sus protagonistas.

Se trata, pues, de no reproducir por el nacionalismo oprimido la estructura cultural, social y económica de su dominante, lo que, de darse, conllevaría cierta declinación conceptual o material hacia el anterior dominio. Los poderes que se han construido al amparo de un Estado dominante o que han practicado un oscuro juego con él son proclives casi automáticamente al mantenimiento de ese Estado. No desean una independencia que les supondría riesgos innegables. Hablar por tanto de una auténtica liberación nacional arrastra inexcusablemente otras liberaciones, entre ellas la de la innovación económica a fin de evitar el peso de situaciones y herencias con memoria dolorosa. La Sra. Chacón haría por tanto muy bien en aclarar lo que piensa sobre el nacionalismo real vasco y sus pretensiones en variados asuntos fundamentales. Si fuera a repetir en todo su discurso y significado el gobierno opresor del Sr. González o del Sr. Zapatero, sería muy higiénico hacerlo visible para, entre otros objetivos, aclarar una posible relación negativa con el independentismo abertzale de izquierdas. España necesita, y con ella mucho mundo, dotar a la política de una transparencia que dignifique su ejercicio y devuelva a las masas el deseo de implicarse en ella.

Precisamente, el nacionalismo de que hablamos surge de movimientos de masas que le sostienen pese a todas las agresiones de que es objeto. Esto le garantiza una salud democrática que constituye quizá su vertiente más apreciable.

Los actuales partidos socialistas están llamados a desaparecer muy pronto si no revisten con vigor ciertas características políticas, sociales y culturales que les procuren, al menos, una cierta proyección antisistema. Estoy próximo a la ya excandidata a liderar el PSOE en su afán de recuperar el «espacio público», pero ese espacio público no puede limitarse a unas contadas manifestaciones, como aspira con su pretensión de lograr una honesta adjudicación del dinero procedente del Banco Central Europeo, que desde luego hay que desviar de su final entrega precisamente a las entidades que han producido el actual cataclismo social.

El espacio público será auténtico cuando abarque una recuperación de muchas cosas, como la justicia digna, la libertad cierta de la opinión, la posibilidad de alojar con eficacia -es decir, con capacidad de realizarse- el quehacer político en esas dos libertades. En este sentido puede decirse que espacio público y libertad constituyen una hipóstasis o sustancia común. Ni hay espacio público sin libertad ni hay libertad sin el disfrute de espacio público. Yo creo que esto debiera decírselo la Sra. Chacón a sus postrados correligionarios, aunque no la hayan elegido.

Si lo aceptasen el camino estaría abierto, creo, para alcanzar cierta consonancia con un nacionalismo como es el que protagoniza el abertzalismo de izquierda o nacionalismo cierto. Mientras no sea así, el llamado socialismo actual -que ya trata de redimir su miseria de ideas con el apelativo de socialdemocracia- será deglutido por la brutalidad posesiva de la derecha y por las instituciones y sectores sociales que forman la estructura esencial del sistema de vida que gobierna imperativamente al mundo.

Quizá ese real socialismo que aún está latente como reliquia en ciertos rincones de la socialdemocracia haya de pasar por una etapa de sequía electoral en una sociedad alienada, pero se integrará en el ya inevitable futuro que apunta en tantos lugares y por medio de tantas manifestaciones.

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