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RUGIDOS ROJIBLANCOS

San Mamés, yo estuve allí

Dadan NARVAL Blog Diarios de Fútbol

La mañana comenzó lluviosa: buen pronóstico. Recordé que mi abuelo, cuando me recogía de niño para llevarme al estadio, repetía que los días de lluvia el Athletic goleaba. Me aferré a esa superstición con fe de párvulo.

Por la tarde, tras salir del trabajo, remonté la Gran Vía camino a San Mamés. La gente comentaba que el bus de los jugadores había sido acompañado ese mismo recorrido que hacía ahora yo, por miles de personas. Yo intentaba hacerme una idea de la imagen. Esa misma gente se concentraba ahora en la calle Pozas, ensayando los cánticos y ánimos posteriores. A cada paso debías apartar a una o dos personas: tal era la densidad de la masa rojiblanca que cantaba al unísono. Nadie mostraba una mala cara al ser apartado por otro que caminaba. Al contrario: se intercambiaban mutuas sonrisas y pronósticos, todos favorables al Athletic. Entré al campo mucho antes de lo habitual. Entre otras cosas, porque a diferencia de los días convencionales ayer cada uno debía estar sentado en su localidad. A duras penas, la encontré. Comí la primera de las mil pipas que mis tensos nervios me exigieron las siguientes tres horas.

Saltaron los jugadores. San Mamés rugió al unísono. Comenzaron los ánimos y jaleos. Jamás había visto San Mamés de aquella manera. Yo, habitual del estadio, comprendí que aquella noche iba a ser muy, muy grande. Creo que lo comprendimos todos los que allí estábamos. Cualquier atisbo de duda desapareció de un plumazo.

Y, por Dios, que si fue un partido enorme: nuestros jugadores lucharon como nunca. Cada balón fue una gesta; cada minuto tuvo una intensidad inédita, en este y cualquier otro campo. Los mayores, críticos insaciables en otras fechas, animaban sin reservas. Y así fue, campo y grada en unidad, hasta el pitido final, en el que la marea rojiblanca derribó la invisible presa que separa grada de césped, para desbordarse sobre un campo que ayer volvió a recordar el por qué de su nombre de santo.

Es curioso, por lo demás, lo poco que recuerdo del transcurso del partido. Traté de ir recuperando imágenes sueltas, impresiones y pensamientos que, en conjunto, construyeran un mosaico impreciso del juego. A fuerza había de hacerlo, porque, si hay algo que tengo claro es que, desde ese 4 de marzo de 2009 y hasta que muera, muchas, muchísimas veces, repetiré que «yo estuve allí».

 

 

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