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Raimundo Fitero

Callar

La soberbia de Pilar de Borbón mandando callar a todos, como si su apellido le diera alguna autoridad, solamente es comparable con la estulticia de esa oportunista reaccionaria y populista de la política española llamada Rosa Díez, a la que solamente supera el soplagaitas llamado Toni Cantó. Pero quizás sea bueno callar, o para otorgar o para no darle más importancia a nadie ni a nada de este nuevo tiempo del esperpento retro-franquista. El retorno a la oscuridad parece algo trágico que en ocasiones se nos vuelve cómico, pero que está acelerando un proceso de descomposición que no hace albergar esperanzas ni con disfraces.

No obstante el caso alrededor de la casa Real, de la familia Borbón y allegados, utilizada como señuelo para la distracción de republicanismos sobrevenidos o de tics patéticos desde una izquierda sublime, garzonista y sin más visión que el que le proporciona un retrovisor hecho añicos, nos procura, de vez en cuando, momentos para la reafirmación sobre la corrupción que significa en sí mismo la existencia de una monarquía como la borbónica. La Infanta Cristina dice que la prensa no les deja vivir con normalidad, y ahí reside la cuestión, ¿para esta señora, enchufada en La Caixa, para hacer del absentismo una medalla, casada con un conseguidor, viviendo siempre rodeada de lujos, prebendas y servidumbres pagadas por todos los contribuyentes, su vida normal, es amueblar chalets de siete millones de euros, vivir con un nivel desenfrenado de gasto, y además, sin fiscalización ninguna, sin que nadie le pida explicaciones.

Esa normalidad no es otra cosa que un síntoma del deterioro democrático en el que se está viviendo. Que las cámaras de televisión persigan a los miembros de esta estirpe, que se tienten mucho las ropas antes de emitir ciertas imágenes, que todavía se viva en esa censura «real», no hace sino abundar en el problema. En esa excepcionalidad que empieza a ser cuestionada de manera objetiva. Así que la Borbón quiere que todos callen, y esa rosa marchita quiere el silencio absoluto, algo así como el exterminio de las ideas y las expresiones que sustentan una visión de Euskal Herria diferente a la suya.

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