Los estudiosos y seguidores de las producciones Hammer de antaño andaban un poco descolocados con la renacida productora inglesa, que en un intento de modernización había tocado variantes del cine terrorífico muy alejadas de sus orígenes. Por fin se estrena una película que hace honor a la marca, gracias a que «La mujer de negro» es una adaptación de la novela gótica homónima de Susan Hill, conocida por sus versiones televisivas y teatrales.

El realizador James Watkins ha hecho una película muy diferente de su ópera prima «Eden Lake», que incursionaba en miedos más actuales, para sorprender en su segundo largometraje con un cuento de fantasmas gótico deliberadamente anacrónico en su estilo.

No sólo por la mansión victoriana en que transcurre el grueso del relato, sino también debido al desarrollo natural de la atmósfera inquietante, graduando las apariciones de los espectros, que son más flash-backs que otra cosa, y contrarios al efectismo de las imágenes generadas por ordenados a las que tanto recurre el género hoy en día.

Daniel Radcliffe ofrece una imagen más madura y desprendida de la carga mediática que arrastra, metido en la piel de un abogado que acaba de enviudar y que no puede dejar de sentirse atraído por la presencia de la muerte y del más allá, una vez que entra en contacto con la leyenda rural de la mujer de negro.

Esta figura simboliza los fantasmas que acechan a la infancia desprotegida, pues se dice que fue en vida una mujer que sufrió persecución al ser incapaz de salvar a su hijo de morir ahogado, vagando ahora a través de la eternidad como alma en pena. En papeles secundarios destacan Janet McTeer y Ciarán Hinds.