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Berlinale: La tendencia es la Primavera Árabe, discursos al margen

Con más de tres millones de habitantes, Berlín acoge uno de los festivales más importantes del mundo y su relevancia no se limita solo a los nombres de las estrellas que se pasean por su alfombra roja sino a una selección realizada con criterios innovadores, seria y austera en las formas pero coherentemente vinculada a las máximas de la eficacia.

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Iratxe FRESNEDA | BERLÍN

En Berlín saben seleccionar/programar ya sea de cara a su competición oficial o en lo que se refiere a los márgenes de la exhibición en cualquiera de sus secciones paralelas. Si bien es cierto que son muchos los factores que hacen que un festival esté entre los grandes, la complicación reside en saber conservar ese lugar y mantenerse a la altura. Y muchas veces estar a la altura es saber qué sucede en el mundo, aquí y ahora, cuáles son las tendencias y los caminos que se van abriendo.

Ese saber estar es lo que marca las distancias. Hay que saber agarrarse a las tendencias, a los cambios sociales que el cine acabará haciendo suyos e integrándolos en su discurso. Y en ese saber observar, Dieter Kosslick dirige su mirada a lo que viene denominándose como «Las revueltas árabes»: «Son la máxima expresión de un ansia colectiva de cambio. De ahí surgió mucho material audiovisual, tomado por gente real y que muestra a gente real. El desafío ahora es trasladarlo al cine» decía el director de la Berlinale al presentar el «Foro de la Primavera Árabe». Sabe de lo que habla porque internet es hoy por hoy el mayor canal de difusión audiovisual y es precisamente de ahí de donde surgen nuevas historias y nuevos proyectos, en su presente germina el futuro.

Eje temático

La Berlinale ha incluido unos cincuenta filmes, en todas sus secciones, alrededor de ese eje temático. Además de de los debates y la proyección de películas Kosslick busca recoger todo ese material precioso, directo y espontáneo, inimaginable en otros tiempos y hacerlo visible en la gran pantalla. «Hasta ahora, presentamos mayoritariamente documentales. Hay que dar tiempo a que surjan títulos de ficción. Los proyectos están ahí, aguardando, reclamando ayuda. También financiación», añadía Kosslick.

El eje temático de esta 62 edición de la Berlinale es, así, el foco prioritario de atención del World Cinema Fund, un fondo de ayuda al cine, creado por el festival en el 2000 y que hasta ahora se había centrado en Latinoamérica, Asia y Oriente Medio. En ediciones anteriores, el WCF apoyó filmes posteriormente proyectados en la Berlinale, algunos en la sección a competición, como «La teta asustada», de la peruana Claudia Llosa, Oso de Oro en 2009.

Gentes y opiniones que difícilmente escuchamos en los canales más convencionales de Occidente. La directora y activista siria Hala Al Alabdallah es una de esos protagonistas que afirma que «hay toda una nueva generación de cineastas surgidos de (el portal de vídeo) YouTube, cuyas imágenes, captadas con el celular, son armas en la lucha por la libertad. Tomar y difundir esas imágenes, en buena parte del mundo, solo es posible arriesgando la propia vida».

Lejos de reivindicaciones sociales, la Berlinale tiene cabida para propuestas tan dispares y alejadas de los convencionalismos asociados a los festivales de élite como lo ha sido «Iron sky», una película de nazis en la Luna proyectada en la sección Panorama. Surgida en parte del crowfunding, la cinta es una sátira de ciencia ficción con un argumento sin desperdicio: en 1945, tras perder la II Guerra Mundial, los nazis envían a varios de sus hombres a la Luna y crean una base espacial. Durante décadas, se han dedicado a formar un ejército y una flota estelar con la que regresar a la Tierra con el objetivo de conquistarla.

A pesar de las carencias de la cinta y de lo pretenciosas que puedan ser algunas secuencias supuestamente cómicas, parece predestinada a convertirse en el deleite de los aficionados al género fantástico-ciencia ficción (seguramente podrá verse en los festivales dedicados al género). Quizá lo mas interesante de ésta película sea lo que ha rodeado su gestación y que ya estuviera «comprada» por legiones de fans antes de haberse realizado. Dejando de lado los magníficos efectos especiales y la música de Laibach, la película de Timo Vuorensola carece de un buen guión y el desarrollo de los personajes es más que insuficiente. Aunque quizá sea pedirle demasiado...

En cuanto a la sección oficial, un espacio que siempre suele resultar desigual en cuanto a la calidad de las cintas que en él se agrupan, varias han sido las películas que han cautivado a la crítica y a los profesionales, entre ellas «Tabú», de Miguel Gomes. La película, que toma prestado su título del film de Friedrich Wilhem Murnau, se atreve con audacia y valentía a experimentar (dicho sea con mayúsculas) con los recursos del séptimo arte que pocos se atreven a explorar (ríanse ustedes de «The Artist»).

Podríamos decir algo similar, salvando distancias, del último trabajo de Guy Maddin, «Keyhole», proyectada en Berlinale Especial y que navega en los mismos mares transgresores y experimentales que «Tabú». La cinta del canadiense y autor de «My Winnipeg» es un filme turbador que continua con su atrevida exploración de universos surrealistas que descuartiza el género negro para servirlo frío y sin ningún tipo de concesiones. A través de la historia de una casa habitada por gángsters y fantasmas y que nos habla de aquello que se oculta en los deseos, en los miedos humanos, en las fantasías más audaces y sórdidas, «Keyhole» se presenta como un experimento incómodo y curioso.

En la RDA

Y algo menos curioso y hasta normal puede parecer que una cinta alemana a concurso sea una de las favoritas. Se trata de otra de las magnificas apuestas del festival, «Barbara», de Christian Petzold, un director que ya había participado en otras ocasiones en la Berlinale y que en esta ocasión, convierte su última película en un ejemplo de «aquella máxima de menos es mas». Pocos personajes, contados espacios, contadas palabras, ningún tipo de malabarismo en el montaje... «Barbara» habla de la historia de una mujer, una doctora, que ha de sobrevivir en los tiempos que le ha tocado vivir, la antigua RDA en los años 80. Lejos de realizar una reflexión maniquea del contexto sociopolítico del momento, este trabajo de Petzold nos habla de aquello que alimenta el día día de las personas, del amor como necesidad primaria, de la solidaridad, temas que van transformando al personaje principal interpretado por la soberbia Nina Hoss, que cambia su rumbo a medida que interactúa con sus convecinos. Es sobria pero grande, de esas cintas que estimulan la inteligencia, es un filme para saborear y que seguro estará en las quinielas .

Fuera de concurso se proyectaba también «Shadow dancer», de James Marsh, una desconcertante cinta que gira en torno a la relación (interesada) surgida entre una miembro del IRA y un agente de los servicios especiales británicos. Conflictos morales, supervivencia y el relato del día día de una mujer que se enfrenta al futuro incierto de su hijo pequeño.

Pocas mujeres

Si algo llama la atención en este y otros festivales es la presencia o la falta de mujeres en competición. Al margen del premio otorgado a Meryl Streep (coincidiendo con la promoción de «La dama de hierro» y sus desafortunadas declaraciones en torno al supuesto feminismo de la ex primera ministra británica) y del merecido apoyo a la última película de Angelina Jolie («In the land of blood and honey») es llamativo que la única mujer que compite por el Oso de Oro como directora haya sido Ursula Meier, con «L'enfant d'en haut'». Todavía parece existir un indestructible techo de cristal para aquellas que desean ejercer este oficio. A los datos me remito.

Además de jóvenes talentos, también figuraban grandes nombres como los de Zhang Yimou, Stephen Daldry, o Steven Soderbergh, entre otros (se rumorea que este último se tomará un descanso). Sin embargo, ninguna de sus cintas se ha ganado el favor de los allí congregados. Todo esto y mucho más en una Berlinale que ofrece una y mil posibilidades para el disfrute del cine: desde una retrospectiva sobre el estudio ruso-alemán Mezhrabpom-Film, autor de cientos de films antes de que los regímenes de Hitler y Stalin acabasen con él, pasando por Forum, Panorama, cortometrajes... Una fiesta del cine que mañana dará a conocer los nombres de los galardonados.

APUESTA

Organizado por regiones y problemáticas -desde Siria a Túnez, Egipto y Libia, entre otras-, la Berlinale ha incluido unos cincuenta filmes, en todas sus secciones, alrededor de su eje temático. En el jurado de la sección oficial, además, está el escritor argelino Bouamel Sansal.

POLÉMICA

Meryl Streep, antes de recibir el martes el Oso de Oro de Honor, hizo alarde de simpatía ante los medios, confesó que la ayudaron a meterse en el personaje los gin-tonics que le daba la directora, Phyllida Lloyd; que guardó una «prudente distancia» con su papel y que «moverse» tras la espesa capa de maquillaje que hizo falta para caracterizarla no le costó tanto... así como que la Thatcher «era una feminista, nos guste o no».

VISITANTES

Angelina Jolie, Antonio Banderas... la Berlinale ha recibido numerosas visitas, entre ellas la de la militante ecologista norteamericana Erin Brockovich, en cuya vida se basó Steven Soderberg para la película protagonizada por Julia Roberts. Brockovich, que arropaba un documental crítico con la industria agroalimentaria, dijo envidiar al movimiento verde alemán.

El cine húngaro endurece aún más la sección oficial

Un durísimo filme húngaro sobre la ola de asesinatos racistas contra la población gitana, «Csak a Szél» («Just the wind»), marcó la penúltima jornada a competición de una Berlinale que llega a su ronda final sobredimensionada de dramas. La película, dirigida por Bence Fliegauf, sobrecogió al festival con un retrato sin concesiones de la xenofobia que sufre ese colectivo en el corazón de Europa y basado en unos hechos reales demasiado recientes -entre 2008 y 2009- como para cerrar los ojos. El filme compartía jornada con otras dos producciones europeas, la alemana «Gnade», de Matthias Glasner, última representante a concurso del cine anfitrión -su retrato emocional de una familia alemana que se traslada al círculo polar recibió algún abucheo-, y la danesa «En kongelig Affaere» («A royal affair»), de Nikolaj Arcel, único título que aportó algo de luz al día. Esta última se topaba con los recelos de los alérgicos a las películas de época, ya que se sitúa en 1768, en la corte de Christian VII, un débil mental al que el interés real obliga a casarse con la reina Carolina Matilde, pero convenció al respetable. GARA

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