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Gloria LATASA gloriameteo@hotmail.com

Luces del norte

Este fenómeno luminoso se produce en la alta atmósfera, por encima de los 100 km. de altitud, en ambos hemisferios, bajo la forma de arcos, cortinas, coronas...

Los indios canadienses las consideraban mensajeros de los dioses. Otras culturas creían que eran combates, danzas o juegos de los espíritus de los muertos. También fueron atribuidas a reflexiones luminosas sobre el hielo ártico o sobre partículas heladas de la atmósfera, hasta que se descubrió el papel del sol en su formación. En cualquier caso, siempre se pensó que aparecían sólo en el hemisferio norte hasta que en 1770 el capitán Cook las vio por primera vez en el hemisferio sur.

Su nombre, Aurora Borealis, es obra de Galileo que en 1621 decidió bautizar a estas luces del norte inspirándose en Aurora, la diosa romana del amanecer. La mitología griega la conocía como Eos, la eterna enamorada condenada por la celosa Afrodita, hermana del sol y de la luna y madre de los cuatro vientos: Céfiro, Euro, Noto y Bóreas (el viento del norte, del que heredará el apellido).

Este fenómeno luminoso se produce en la alta atmósfera, por encima de los 100 km. de altitud, en ambos hemisferios, en la noche del invierno correspondiente, bajo la forma de arcos, cortinas, coronas…, por la llegada de viento solar (partículas de «plasma interplanetario» que viajan a gran velocidad) que llegan a la Tierra y son desviadas hacia los polos por su campo magnético.

Confinadas en los dos grandes óvalos (cuyos centros serían los polos magnéticos, no los geográficos), las Auroras tiñen el cielo nocturno de diferentes colores según la naturaleza de las partículas que haya en el aire (oxígeno, nitrógeno, hidrógeno…) y lo vuelven verde, rosa, púrpura o azul. Empieza con un brillo fosforescente, le sigue un arco iluminado (la corona boreal), nuevos arcos ondulados…, hasta el momento culminante conocido como subtormenta auroral.

Todo un sobrecogedor espectáculo, capaz de afectar nuestro sistema de comunicaciones, que también puede ser observado desde regiones a más bajas latitudes (entre 1780 y 1825 se vieron 19 desde Barcelona). Una luz que, según La Ilíada, Aurora trae entre sus rosados dedos, para disfrute de dioses y hombres, cuando se levanta de la concha en la que descansa.

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