Agresión racista, descomposición física y mental del Estado griego
La situación en Grecia se torna por momentos más explosiva para el creciente número de personas que se quedan sin trabajo o pierden su vivienda. En el caso de los inmigrantes esta exclusión social se vuelvedramática pues se agrava por las agresiones racistas que comienzan a proliferar en distintos puntos del país, como la sucedida el pasado sábado en la ciudad de Corinto.
Antonio CUESTA | Atenas
Un grupo de unos 40 o 50 hombres, jóvenes en su mayoría, procedentes de Marruecos, Argelia, Iraq, Yemen y Afganistán, principalmente, subsisten desde hace meses refugiados en los vagones retirados de la antigua estación de tren de la ciudad griega, distante a unos 80 kilómetros de la capital. Su situación es dramática: sin ningún tipo de atención, ni dinero, comida y agua corriente, malviven a la espera de poder abandonar clandestinamente el país en el que han quedado atrapados. A poca distancia de la terminal abandonada se encuentra un puerto de carga, de donde parten barcos para Italia, objetivo de los refugiados para poder llegar a Alemania, Bélgica o Suecia. «No hacemos nada malo, incluso comemos de lo que encontramos en la basura para no molestar a las personas de la locali- dad», nos explicó el joven Abdulhalil, «solo esperamos para poder escapar de este país».
Pero lo tienen muy difícil. Aunque consigan embarcar y salir de Grecia, podrían ser deportados de nuevo aquí si son detenidos en cualquier otro lugar de la Unión Europea (UE) merced al Reglamento Dublín II, por el cual los inmigrantes en situación irregular en un Estado miembro de la UE pueden ser devueltos al país de primera entrada. En este caso, Grecia, la puerta de entrada de Europa durante los últimos años.
Ramin, tunecino, lleva dos meses «en los trenes» desesperado por la situación de Grecia y por el miedo a la Policía, a la que acusa de propinar palizas por ser inmigrante aunque, como en su caso, cuente con permiso de residencia. «La Policía no tiene leyes, no sabe cómo tratar a las personas, ¿dónde están los derechos humanos?», se lamenta.
La impunidad de los atacantes
La descomposición del Estado griego es palpable a la luz de la agresión que sufrieron estos inmigrantes el pasado sábado y de la que fuimos también víctimas y testigos un equipo de periodistas allí presentes.
A plena luz del día un pequeño grupo de cuatro o cinco personas, se acercaron en dos coches hasta los vagones y alegando que un magrebí había robado dinero en el mercado al aire libre durante la mañana, apalearon a un anciano, atropellaron premeditadamente a dos jóvenes y secuestraron a dos ciudadanos argelinos.
La asistencia a las víctimas
Minutos después aparecieron dos coches de Policía, sus agentes llamaron a una ambulancia y preguntaron por lo sucedido a los periodistas, quienes les facilitaron los datos del vehículo agresor. Debido a los recortes presupuestarios en Sanidad, las cinco ambulancias con las que cuenta Corinto se hallan inactivas, por lo que tuvo que venir otra desde Kiato, a 30 kilómetros, que tardó 25 minutos en llegar. El más grave de los heridos, Nabi, de 22 años, se encontraba seminconsciente con varios huesos rotos.
La actuación policial
Durante más de cuatro horas, los periodistas permanecimos abandonados en la comisaria sin que se nos tomara declaración. Un solo agente hizo todo el trabajo: ir hasta el hospital, con un intérprete de nuestro grupo, para tomar declaración a los heridos y posteriormente a nosotros. Todos los documentos se hicieron a mano, los datos personales de los testigos se apuntaron en pedazos de papel, al resto de los inmigrantes ni se les preguntó, no hubo detenidos, nadie buscó a los asaltantes ni a los desaparecidos. Los agentes trataron de restar importancia al incidente, el agresor era conocido en la localidad por su desequilibrio mental y los otros serían amigos suyos. Ya aparecerían. Todo estaba controlado.
Pero no era la primera agresión racista que sufrían, «esta gente viene de vez en cuando, con porras y palos, para golpear salvajemente a quien encuentran solo», nos había contado un joven marroquí. «Hace diez días vinieron en un todo terreno, un Toyota blanco, y me dispararon con una pistola de balas de plástico», nos explicó el argelino Ahmed. No pueden ir a la comisaría pues al no tener papeles los detienen.
Las autoridades se cruzan de brazos, «si vienen a denunciar algo tengo que detenerlos, ya que están viviendo aquí ilegalmente. Lo siento, pero esa es la ley», se excusó el inspector jefe de la Policía de Corinto.