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Antonio Alvarez-Solís Periodista

Esto es lo que hay

«La política española es un océano de señuelos» afirma el autor que, tras repasar las diferentes acepciones de la palabra «señuelo», llega a la conclusión de que la inmensa mayoría de los políticos españoles utilizan la cuestión vasca como señuelo para impedir la visión sobre su incompetencia económica, su fracaso democrático, sus promesas incumplidas y su arrinconamiento en el mundo. Analiza esos cuatro elementos en la coyuntura actual española y concluye con un mensaje de optimismo, «ahora que ETA ha dejado las armas», sobre un futuro en el que Madrid ya no puede decir que se enfrenta al enemigo.

Señuelo (4ª acepción de la Real Academia Española): «Cualquier cosa que sirve para atraer, persuadir o inducir con alguna falacia». La política española es un océano de señuelos, pero ¿hacia quién se proyectan? Pienso que hacia los antinacionalistas. Hay que mantener fieles a esos españoles que andan a la caza de nacionalistas vascos.

Quizá defina mejor al señuelo su primera acepción: «Figura de ave en que se ponen algunos trozos de carne para atraer al halcón remontado».

En este último caso de intentada atracción ¿quién es en España el halcón remontado? Podría ser, en parte sustancial, el mismo pueblo español, halcón cansado, águila imperial sin imperio, flecha hacia la nada e insatisfecho carnívoro político. Háganse, repito, las excepciones oportunas.

Mi pensamiento está puesto una vez más en la cuestión vasca. Euskadi, y por extensión Euskal Herria, es un señuelo fundamental en la política española. Los políticos españoles son, con mucha frecuencia, cetreros ofuscados, cazadores furtivos de razones falaces.

Falaz (2ª acepción RAE): «Aplícase a todo lo que halaga y atrae con falsas apariencias».

Pues es cierto: la inmensa mayoría de los políticos españoles usan el señuelo vasco para impedir la visión de su incompetencia económica, de su reiterado fracaso democrático, de sus múltiples promesas incumplidas, de su arrinconamiento en el mundo.

Ahora, repasemos. Hablemos de su incompetencia económica. Su esperanza para que sea posible la vida honesta de la población española es que funcione la productividad. Yo diría mejor, la producción, porque se trata de volumen; productividad es una relación entre medios, producción y consumo, lo que a veces implica una menor producción a fin de ganar mercado mediante la calidad. Por ejemplo, cuando hice un juvenil curso de productividad nos expusieron el caso de una marca de caramelos blandos que aumentaron sus ventas usando más tiempo de acabado en evitar que el papel del envoltorio se pegase al producto y dificultase su trasiego por el consumidor. Pero dejemos lo de los caramelos y admitamos lo de productividad por producción. El Sr. Rajoy sabe perfectamente, por eso está en la Moncloa, digo yo, que la producción de muchas cosas para el mercado globalizado no puede ahora aumentar sus índices en colectividades como España, ya que entre cuatro grandes países -Estados Unidos, Alemania y dos potencias emergentes- son capaces de fabricar todos los productos que necesita el empobrecido mundo actual, con lo que dominan el mercado de exportación para ricos, para relativamente pobres y para élites de estas últimas naciones. Los demás países únicamente pueden acrecentar su volumen de producción mediante la protección de su mercado interior o convirtiéndose en suministradores de mercancías complementarias, de pequeña serie o especiales a las grandes potencias. Esta política es la que puede mantener con un horizonte prometedor a pequeños y avanzados países, como Euskadi, por ejemplo, con una razonable correspondencia, además, entre producción, consumo, invención y demografía.

Pero para lograrlo necesitan tener soberanía sobre su diseño económico, lo que en nuestro caso impide España, a la que no queda más que el turismo, la agricultura sectorial y un par de cosas añadidas con las que no puede sostener a cuarenta millones de habitantes, a no ser que realice un poderoso esfuerzo socialista y de nacionalizaciones financieras y estratégicas. ¿Puede hacer eso el Sr. Rajoy? Pues, no; no puede. Luego, es falaz, como halconero y como gobernante.

Ahora toca al fracaso democrático. España ha tenido hasta este momento una democracia epidérmica, cuando no una serie de duras dictaduras sucesivas. España es un reino absolutista poblado de conspiradores con tendencia al drama. Esto nos sitúa frente a un pueblo que se somete al poder a la par que lo aborrece. Y así no se puede solicitar a las masas una confianza como la que conceden en Alemania o Estados Unidos a sus gobernantes. España es una unidad de desatino en lo universal. Ahora mismo los millones que votaron al Sr. Rajoy por puro menosprecio a los socialistas están mascullando venablos por las esquinas y se quejan de haber sido engañados. Dada esta realidad el Gobierno resucita el belicismo ante Euskadi para cerrar tras él las filas «populares» de ocasión. Una vez más España vive en estado de excepción. ¡Halconeros mínimos, con su oferta de jirones de cebo en el señuelo!

Pasemos por fin a las promesas incumplidas. Incluso el Sr. Rajoy o la mayoría de sus ministros son promesas incumplidas como políticos. Al principio muchos ciudadanos exultaban de victoria tras la lectura de los currículos académicos y profesionales de los componentes del actual Gobierno. El Sr. De Guindos era un rutilante economista; la pizpireta hija del general Gómez de Salazar era «la esperanza del mañana y mi orgullo de varón», como dice el viejo tango de arrabal; el Sr. Gallardón aparecía como un Batman al rescate de la justicia secuestrada; el Sr. Montoro traía el ábaco que nunca miente; el ministro de Educación quería insuflar en los estudiantes una instrucción espléndida y barata... Todos llevaban, como los sastres, tijera y cinta métrica y se proponían funcionar igual que la tuna: a voces sinfónicas y pandereta patriótica.

Y la España de los «populares» se dispuso a recuperar el papel histórico que le correspondía en el mundo. Mambrú se fue a la guerra; otra vez a la de Marruecos, que es donde se han hecho grandes tantos españoles. Dijeron que Marruecos era nuestro destino y que nuestras empresas sabrían explotar adecuadamente a los trabajadores marroquíes. Y que su rey y el español eran como hermanos. Y los marroquíes lo tomaron todo como herencia a título de inventario y de momento se plantaron en Algeciras para posesionarse de su parte de Al Andalus en la comisaría conjunta de la policía nacional. Por ahí se empieza. Alemania empezaba a estar más lejos cada día y alguien sugirió que tomásemos Laponia, que ahí es donde nunca se pone el sol. Memoria vieja.

Y ahora, qué? Hay que esperar dos, tres, cuatro, diez años a que el mundo mejore su salud económica para que la mitad de los españoles se libren del paro. Y dijo el monje pelota tras bajar duchado y sonriente al huerto en donde cavaban esforzadamente sus hermanos de religión: «Dice el padre prior que trabajeis, que luego merendaremos». Nuestra «Commedia dell arte» sigue fresca y rozagante. Uno de los personajes de «Los intereses creados» recuerda la frase puntera que sugiere una vida equilibrada: «Nadie hable de pagar, que es palabra que ofende». Los españoles fuimos pródigos y lujuriosos y ahora volvemos a la casa del padre, Sr. De Guindos, que nos espera con el cordero en el horno y el traje de fiesta.

Pero ¿qué pasará en Euskadi, ese señuelo que funciona de antiguo para dar a los españoles algún sentido a su existencia? Tengo confianza en que esa postura de aspereza e incomprensión que ha reforzado el actual Gobierno acabe, paradójicamente, por reconducir las relaciones vasco-españolas hacia un entendimiento de largo recorrido. No soy plenamente ghandiano, pero creo que está contribuyendo a ese fin la profunda energía vasca que recuerda la del mathama. Ahora que ETA ha dejado las armas Madrid no puede decir que se enfrenta al enemigo. Quieran o no quieran «esto es lo que hay».

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