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ENSAYO

La tortura en la picota

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Iñaki URDANIBIA

El teatro está hecho para verlo y oírlo, obviamente puede ser leído, si la obra se mueve por los pagos de los dilemas morales, como a su modo y manera lo hacían los Camus o Sartre en sus «justos» y/o las «manos sucias». Quien desee ver sobre el escenario la obra del donostiarra fallecido en 2009, se presenta en el Teatro Principal de la capital guipuzcoana el día 14.
 
Quien haya conocido a Javier no dudará de la honda conciencia cívica que le acompañó durante toda su existencia, desde muy joven. Como no podía ser de otro modo, esta conciencia de la que hablo le impulsaba a lograr –por utilizar los términos platónicos– una kalipolis, una ciudad fraternal y armoniosa o como mínimo –alejándose de la vana esperanza de un Ícaro– «menos injusta», lo que le llevaba a alzar su voz, entre colérica e insolente aliñada con una fina ironía hasta la llaga, ante las tropelías del poder.
 
En esta su única pieza teatral, la lacra denunciada es la que consta en el título de resonancias kafkianas, que tan extendida ha campado por los cuartelillos y comisarías de esa cosa llamada España, y de la que el mismo escritor tuvo la desgracia de padecer en abundancia tras su caída en desgraciada travesía pirenaica.
 
La obrita, y lo digo por la brevedad que no por la intensidad, se desarrolla por los lares del pánico que origina la espera en el espectador; nada que ver con el dios Pan al que invocaban los Arrabal, Jodorowski o Topor. El detenido, por su parte, se muestra frío y entero ante sus esmerados, en crueldades, verdugos. José K. no es ningún recién llegado a la militancia, y a la colocación de bombas, y sabe por las «normas de clandestinidad» estudiadas y los cursillos recibidos que primero vendrán las bofetadas y luego «lo que sea» (los electrodos, la bañera, la bolsa…) para hacerle cantar el lugar de colocación del mortífero artefacto.
 
Las rumias de José K. para reforzar su resistencia ante el dolor que se le va a infringir son interrumpidas por la presencia de los policías, en su jerarquía abierta en abanico, que tiemblan ante la personalidad bregada del detenido y la inminencia del estallido que les marca unos límites bien definidos (no se pueden pasar pues sería el silencio de la muerte, y quebrar la resistencia se antoja difícil cuando el plazo que se ha de resistir hasta que estalle la bomba es breve… y la tortura comme il faut necesita de tiempo suficiente y dosificado). Quienes ponen sordina al monólogo del detenido barajan diferentes opciones y parecen decidirse por traer a su madre para ver si pueden ablandar a José K.
 
En medio de la confusión saltan las ideas claras del detenido acerca del par destrucción / construcción, sobre las formas de tortura, sobre la hipocresía del llamado estado de derecho y sus servidores, sin olvidar las cantinelas del sacrosanto Occidente y sus dos varas de medir… y mil reflexiones que se agolpan en la mente lectora / espectadora ante esta «historia de nieve, de niebla y nieve».
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