Mikel INSAUSTI

Entiendo las reacciones airadas del público en contra de “Tan fuerte, tan cerca”, provocadas por la cargante presencia del histérico niño protagonista, que se hace todavía más insoportable en la versión doblada por la dificultad que entraña encajar sus desquiciados monólogos. Pero al crítico le toca hacer su trabajo, así que no valen excusas y ha de ser justo en aras de una mínima objetividad. Considero que, a pesar de todos los pesares, la película de Stephen Daldry es la que mejor ha tratado hasta la fecha el síndrome de Asperger en su fase infantil. Y no sólo eso, sino que el registro interpretativo del debutante Thomas Horn se me antoja revelador, teniendo en cuenta que siempre hace lo que el director inglés le dicta. Dado que no puede establecer, debido a su perfil autista, una relación normal con los demás, el chico se refugia en una serie de agotadores juegos mentales propuestos por su padre dentro de un tipo de educación especial destinada a fomentar su inteligencia, los cuales derivan en un caudal de conocimiento enciclopédico absurdo que compensa su absentismo escolar forzado por la falta de concentración.

Una de las particulares enseñanzas paternas se basa en la práctica del “oxímoron”, y así el pequeño Oskar aprende a construir frases con conceptos contrapuestos. En función de tal preparación psicológica resulta lógico, y no es ningún capricho de guión, que el protagonista consiga comunicarse con una persona que se dedica a escuchar porque ha perdido la facultad del habla. El modo en que Thomas Horn interactúa con el veterano actor Max Von Sydow, que se expresa mediante notas escritas, al contrario de su discursivo interlocutor, se traduce en un auténtico “tour de force” intergeneracional. El viejo sobreviviente de la II Guerra Mundial enmudecido por el trauma bélico conecta con la joven víctima colateral de los atentados del 11-S, a la vez que el abuelo recupera a su nieto y mitiga su orfandad en plena era de la comunicación vacía de contenido afectivo.