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Tragedia en Toulouse

El tiroteo que ayer se cobró la vida de un profesor y tres niños en el Ozar-Hatorah, el principal colegio confesional judío de Toulouse, ha provocado una viva emoción y la reprobación unánime. Las investigaciones han establecido un mismo modus operandi que en los tiroteos que recientemente mataron a tres militares franceses en el mismo área. Un hombre extremadamente eficiente y frío, capaz de disparar a objetivos bien decididos y que ataca con la misma arma automática y se da a la fuga en la misma moto. Las informaciones periodísticas, a su vez, evocan la pista neonazi, la posibilidad de que se trate un antiguo militar, y resaltan el origen magrebí de los militares muertos. Cobra fuerza esa hipótesis junto con la yihadista, sugerida por el hecho de que los militares participasen en la guerra de Afganistán y por la condición religiosa de las víctimas de ayer. Sea como fuere, conviene ser prudente y reservarse el juicio.

El impacto de los ataques en la ciudad occitana ha sido enorme. El estado de shock entre la gente quizá sea tan fuerte como el traumatismo que dejó en 2001 la tragedia de la explosión de un depósito de nitrato de amoníaco en la petroquímica AZF. Las reacciones de la clase política francesa, los representantes religiosos y la comunidad internacional no se han hecho esperar. Pero además de copar la atención informativa global, esos ataques han puesto entre paréntesis toda una campaña presidencial francesa, que previsiblemente verá cómo la «seguridad» se convierte en su tema principal, relegando en el debate el paro o la crisis económica. Con esta tragedia, el miedo -un tema fácilmente explotable y que da dividendos- está servido en el menú electoral francés.

Sean las que sean las motivaciones del autor, nada puede justificar ni nadie puede hacer olvidar que mata, en este caso a niños, simplemente por el hecho de que son judíos. Estos hechos trágicos transpiran en un contexto de racismo y antisemitismo. Y, sobre todo, obligan a enfrentarse inteligentemente a esa lacra. Lejos de caricaturas y prejuicios que solo alimentan a una bestia inmunda que, a la vista de los hechos, no deja de renacer.

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