Caja Laboral oficializó ayer el proceso de integración con Ipar Kutxa. La noticia despeja un futuro para estas entidades que, junto con Bankoa, se presentaba como poco claro para las «tres menores», y más tras la fusión de BBK, Kutxa y Vital en Kutxabank y la absorción del Banco Guipuzcoano por el Sabadell. Tras el fracaso del matrimonio de Ipar Kutxa con Bankoa, frustrado por Crédit Agricole, finalmente la opción de Caja Laboral se ha impuesto. Aunque por ratios y rentabilidad podría haber seguido en solitario, y aunque su presidente declarase que no se planteaba ninguna otra opción que la del mantenimiento del carácter autónomo del negocio, las nuevas exigencias del Gobierno de Madrid para operar con seguros, préstamos y ahorros y el Acuerdo de Basilea han jugado en su contra. Resulta llamativo, por otra parte, que una entidad financiera integrada en el grupo GBE-NER que lidera Koldo Saratxaga se junte con el del Grupo Mondragón, frente al cual se pretendía conformar una especie de alternativa. El hecho de que esta fusión dé lugar a la segunda entidad financiera del país y a la segunda cooperativa de crédito del Estado revela la trascendencia y las implicaciones de esa decisión.

El futuro de Caja Laboral en tanto que brazo financiero del conglomerado cooperativo del Grupo Mondragón no planteaba demasiados problemas. La fusión permitirá al nuevo grupo cooperativo de ahorro ganar en volumen y tamaño, reforzar su posición territorial en todos los herrialdes, especialmente en Araba y Bizkaia, y poner a su alcance cuotas de mercado. Las referencias al origen vasco y a la vocación de país, que el nuevo proyecto cooperativo ha de preservar como su mejor patrimonio y su capital más activo, no pueden ser obviadas.

Los mimbres son buenos. El savoir-faire, el arraigo social y el compromiso con este país hacen posible otra forma alternativa y responsable de hacer banca, de ser agente activo en la construcción de Euskal Herria y en la recuperación de su economía. Se espera que así sea.