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Crónica | Subasta de arte en Bilbo

El «Tríptico de la lamentación de Bizkaia» vendido en 1 millón de euros

Bilbo acogió ayer la subasta de una importante obra flamenca: el «tríptico de la lamentación de bizkaia». la puja empezó y terminó en un millón de euros. no hubo sorpresa.

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Alvaro HILARIO

La subasta, no podía ser de otro modo, se celebró en el Ensanche bilbotarra, más concretamente en la calle Juan de Ajuriagerra que, junto a Henao, concentra la gran mayoría de galerías de arte y salas de subastas de la ciudad.

Antes de las 18.30, hora fijada para el comienzo de las pujas, el centenar de sillas dispuestas en Subastas XXI estaban ocupadas por posibles compradores, marchantes, testaferros, ociosos, curiosos y periodistas. La edad media de la asistencia superaba con mucho los 50 años.

En las paredes, colgaban abigarradas las obras a subastar. Óleos, acuarelas, pasteles y témperas flanqueaban al público y a la estrella de la tarde noche, el «Tríptico de la lamentación de Bizkaia», un óleo sobre tabla de 1,76metros de alto por 2,90 de largo.

Frente a él, apoyado en el acostumbrado atril y martillo en mano, el subastador. Lo primero fue explicar las escalas con las que las pujas debían llevarse a cabo. Así, por ejemplo, entre los 100.000 y 200.000 euros las pujas se hacen de 10.000 en 10.000 euros y, mirando al tríptico, de 50.000 en 50.000 una vez que el objeto subastado pasara el medio millón de euros de precio de salida.

Comienza la subasta. No se suceden las pujas: la mayoría de las pinturas se venden en el precio de salida fijado; muchas veces, la cantidad ya estaba cubierta, en mesa, de salida. La gama de obras y precios es amplia: desde los 30 o 60 euros de grabados y acuarelas de Ramos Uranga y Javier Lasa, al millón del tríptico, los 275.000 euros fijados para adquirir «El garrochista» de Zuloaga, expuesto el pasado año en el Museo de Bellas Artes de Bilbo. Un óleo de Zumeta se vende en 1.500 euros, 200 más que el precio de salida; un Tápies en 4.000 y una escena de Alberto Arrue en 30.000.

Ha pasado casi hora y media de subasta y más de doscientas pinturas cuando sale a la puja el tríptico flamenco. El subastador rebosa satisfacción. Anuncia que la oferta de salida, 1 millón de euros, está cubierta por una oferta telefónica. Silencio. Nadie habla, nadie se mueve. Se escuchan los rituales «1 millón a la una, 1 millón a las dos, 1 millón a las tres». No hay más pujas. La obra queda adjudicada. El público presente aplaude y, sin más dilación, la subasta continúa.

El tríptico

El tríptico está constituido por una escena central grande y dos alas laterales pintadas en anverso y reverso. Las partes externas son visibles una vez está cerrado. Al abrirse, las alas laterales muestran a los donantes (Nicolás Ibañez de Arteita y su esposa) en un tamaño más pequeño que el resto de figuras de la obra. En la tabla central se representa la Piedad, el llanto de María -acompañada por San Juan y María Magdalena- sosteniendo el cuerpo de Cristo muerto. La escena es presidida por una cruz vacía. De fondo, una panorámica de la ciudad de Brujas. De hecho, la aparición de, entre otras, la torre de Belfort, permite datar la obra (y la propia actividad del anónimo maestro) entre 1483 y 1501.

La técnica es óleo sobre tabla de roble, soporte característico de los pintores flamencos. Las tablas, al igual que los murales, necesitaban de un tratamiento previo: primero, se elegían tablas rectas, secas, sin nudos ni grasa; después, se barnizaba con una capa de cola animal disuelta en agua sobre la que se hacía el aparejo. El aparejo consiste en una mezcla de blanco de cal y cola a la que añadían pigmento blanco de plomo que daba como resultado un lienzo blanco de excepcional luminosidad. Sobre esta superficie calcaba el maestro el dibujo, realizado en cartón con antelación, y abordaba ya la obra definitiva.

 

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