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CRíTICA teatro

Culpa

Carlos GIL         

Aparentemente se trata de una obra de pareja. De pareja separada, para más precisión, con hija en común y todos los conflictos cotidianos que esta situación produce. Los reproches habituales, las dependencias no superadas, la diferencia entre hombres y mujeres a la hora de cumplir las condiciones pactadas en la separación en cuanto al cuidado de los hijos, y todas esas cosas que podrían ser vulgares, lugares comunes, que en esta obra extraña, lo son en principio, pero que se van transformando en otra cosa, que no queda muy aclarada, pero que lo que no es nada más que una discusión por compromisos de fin de semana, se convierte en una tragedia.

Una tragedia oculta, o contada en una rara elipsis. Una deducción que adquiere rasgos de obsesión, de miedo al otro, de la protección a los niños, de la juventud con el cerebro carcomido, y que desemboca en una acumulación de culpas y remordimientos. De reproches ahogados, de ocultaciones, de silencios culposos. Lo sucedido entre el joven que va a cuidar a la hija de la pareja en se fin de semana, se puede simbolizar como el miedo social, como la parábola de la inseguridad. Una peligrosa interpretación de una circunstancia no aclarada en todos sus términos que puede llevar a confusiones ideológicas.

El texto parece un cúmulo de trampas que la dirección y el equipo actoral no logran siempre salvar y colocar en ese lugar estético que en ocasiones parece pedir, quedándose en una excesiva tendencia a la verbalidad, a la inacción, a los movimientos lineales. No obstante escenografía, iluminación, espacio sonoro, convocan a otros fantasmas estéticos que no acaban de aceptarse con normalidad en el salón central.

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